Hace sólo unos días, el pasado 24
de septiembre, moría Antonio Barrera de
Irimo, que fue ministro de Hacienda y vicepresidente segundo del Gobierno
con Franco en el poder y que dio la espantá en octubre de 1974, en solidaridad con Pío Cabanillas, al ser éste destituido como ministro de Información
y Turismo. Un ministro, Barrera de Irimo, que se hizo más popular como
presidente de Telefónica, cuando inició el capitalismo
popular en Bolsa animando la compra a la clase media de sus famosas matildes. Pues bien, hoy, 29 de
septiembre de 2014, ha
fallecido en Madrid Miguel Boyer, el
ministro de Economía y Hacienda que terminó con el imperio de Rumasa y que tuvo
que escuchar en la calle y por boca de José
María Ruiz Mateos la frase: “¡Que te
pego, leches!”. Desde el cese en el Gobierno de Barrera de Irimo hasta la
muerte de Miguel Boyer han pasado 40
años. De Barrera de Irimo ya nadie se acuerda, salvo los lectores de obituarios.
De Miguel Boyer, tampoco mucho, salvo que estuvo casado con La
China. Lo que pasa es que, en demasiadas ocasiones,
cuando ya casi nadie se acuerda de unos exministros de quita y pon, sobre los
que sólo consta un retrato en las paredes de sus respectivos ministerios, los
ciudadanos siguen acordándose de sus madres y me temo que no para bien. Ello
viene a cuento con lo siguiente: el próximo 1 de enero de 2015 hará veinte años
de la entrada en vigor de la LAU (Ley de
Arrendamientos Urbanos 29/1994, de 24 de noviembre) donde existe una Disposición Transitoria tercera que se centra en los contratos de
arrendamiento de local de negocio celebrados antes del 9 de mayo de 1985, fecha
en la que se promulgó el R.D 2/1985 de 30
de Abril, sobre medidas de Política Económica, conocido como “Decreto
Boyer”, por el que se pretendía dar un giro a los contratos de alquiler
suprimiendo la prórroga forzosa que dotaba de carácter vitalicio los contratos
a favor de los arrendatarios de viviendas y de locales. Dicho en pocas
palabras, a finales del 2014, muchos de los contratos de arrendamientos de
locales de negocio situados la mayoría en lugares céntricos y estratégicos de
todas las ciudades quedarán extinguidos. O sea, se muere Boyer y, también, agonizan
muchos comercios, algunos centenarios y de gran solera por un puñetero decreto
por Boyer auspiciado hace veinte años. Para llorar.
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