Burgos llama “La Guapa” a la Giralda y “La Gorda” a la Torre del Oro. Hombre, don
Antonio, La Guapa
es guapa por méritos propios, y el giraldillo no vea. Ese tiene tela. Porque
Giralda, lo que se dice Giralda no es toda la torre que fotografían los turista
desde la calle Mateos Gago, don Francisco, canónigo y opuesto a las ideas
darwinistas y que hoy estira la raspa en
el Panteón de Sevillanos Ilustres. Su calle sirve de bocana al Barrio de Santa
Cruz, con su lunita plateada. Giralda, lo que se dice Giralda, es el último
tercio de la torre, que los otros dos tramos, mirados del suelo hacia arriba,
son el alminar de la vieja mezquita en la época almohade. Giralda, lo que se
dice Giralda, don Antonio, sólo es lo que va sobre el campanario, donde habitan
las manolas, o sea las 24 campanas, incluida la tinaja, que es esa bola dorada
sobre la que descansa el giraldillo, esa veleta de bronce que se mueve con las
hechuras de José Tomás frente al astifino de divisa verde y colorada de los Cebada
Gago. Y ya llevo escrito dos Gago sin que éste sea apellido sevillano. Antonio
Machado de Faria nos cuenta en su “Armorial Lusitano” que el apellido Gago ya
se usaba en el siglo XII en Portugal. Se le llama giraldillo porque gira según
sopla el aire. Lo de Giralda es sólo por extensión. La Gorda, don Antonio, sólo
parece gorda si se la mira desde el Paseo de Colón. Pero vista desde la orilla
del Guadalquivir, desde el Arenal, la cosa cambia. Sus dos cuerpos
dodecagonales y un tercero cilíndrico fueron hermanos de la Torre de la Plata, en el barrio de
Triana. Lo que le pasa a la
Torre del Oro, a La
Gorda, como usted la llama, es que lleva polisón atado a la
cintura para crear una figura más estrecha en su parte alta, como puede verse
en el escudo de Santander, donde aparece una gruesa cadena que la une por el
río Guadalquivir con la Torre
de la Plata
para servir de freno al avance de barcos enemigos. Y donde hay, también, una
carabela sobre unas aguas de mil rayas y las cabezas de san Emeterio y de san
Celedonio sobre un cielo muy azul. Eso
sí, en La Gorda
oro ya no queda. Se lo gastó Rodríguez de la Borbolla en una cena
pantagruélica por el Sena, Monteseirín construyendo setas en La Encarnación y el Tío
de la Mariscada
el día que decidió terminar con toda la producción de Pescanova.
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