El día en el que tiró la toalla Ruiz-Gallardón, ¡pobrecito!, viendo y
escuchado por televisión su rueda de prensa realizada desde el Ministerio de
Justicia pensé que, por su aspecto cariacontecido, se marchaba a su casa mano sobre mano, como un cesante al
que el patrono le acabase de comunicar que no le renovaría el contrato. La
política tiene esas cosas, hoy estás en activo y mañana desapareces de escena.
Lo que sucede es que algunos no desaparecen nunca. Se hacen resistentes como un
virus, se enrocan de mala manera y son capaces de atravesar hasta los filtros de porcelana. Otros se
hacen “los momias” y se agazapan hasta mejor ocasión. Y Ruiz-Gallardón es uno de
ellos. Como si fuese el vivo retrato teatral de El pobre Valbuena, recuerdo que transmitía a los que le escuchaban
que él había fracasado en su misión que en su día le encomendara Mariano
Rajoy sobre la reforma del aborto a
llevar a cabo durante esta legislatura. Y Gallardón, yerno del perdurable José Utrera Molina (que ya ha
sobrevivido a Barrera de Irimo),
contaba con todos los parabienes de la Conferencia Episcopal,
del sector más ultraconservador de la
España profunda atrincherada en el búnker de la escrupulosidad y de unos meapilas asacristanados, que vislumbran
lo que sucede arriba y abajo pero tienen que moverse en la horizontal, y que intentan
meter en la cabeza a los adolescentes de Primaria y Secundaria, si es necesario
con la ayuda de calzador y fórceps, la doctrina
cristiana sin tan siquiera quitarse
el abrigo. Pero el Ministerio de Justicia para Gallardón había sido el
resultado de un movimiento extraño de Rajoy muy a última hora dentro de su
inicial organigrama. A Gallardón se le había colocado inicialmente para hacerse
cargo de Defensa, pero parece ser que el rey Juan Carlos le sugirió a Rajoy que pusiese en ese Departamento de la Administración
General del Estado a su amigo Pedro Morenés Álvarez de Eulate, hijo del vizconde de Alerón y nieto del conde
de Asalto, y que ya había sido secretario de Estado de Defensa con Eduardo Serra, también de Seguridad y de Ciencia y
Tecnología, respectivamente. Y con posterioridad, consejero de Instalaza, S.A., empresa zaragozana
principal fabricante de bombas de racimo. Como digo, al corregir Rajoy planilla de ministrables Gallardón pasó a
Justicia. Pues bien, Gallardón, como iba diciendo, aparecía ante la prensa con cara de
circunstancias. Rajoy, que no le había dejado explicar su posición ni en el Congreso
de los Diputados ni frente a los barones del partido, se marchaba a China esa
misma noche, y Felipe VI se
encontraba en Nueva York. Y en aquella sala de prensa del Ministerio se podía
cortar el silencio. Solo faltaba una vaporosa música de fondo con la Habanera del Pompón. Pero Gallardón, lejos de
marcharse a su casa el martes, como todos esperaban, se fue derecho (en menos
de 48 horas) a fichar en el Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid
donde tenía garantizada “la paga del
Nescafé” de forma vitalicia, como Joaquín
Leguina. Ocho mil quinientos euros mensuales brutos, secretaria y coche
oficial con cargo al maestro armero. Y todo por el artículo 7 de la Ley 6/2007. En otras palabras,
Gallardón, en un arranque de valentía,
acababa de subirse al balconcillo del tranvía número 8: “Puerta del Sol-San Antonio de la Florida”. Naranjas de la China, na, China, na, te voy
a regalar…
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