El pintor Antonio López acaba de
terminar un cuadro de la Familia Real
veinte años después del encargo que en su día le hizo Patrimonio Nacional. Y lo
ha entregado tan tarde que ya parece una obra de otro tiempo. Las infantas ya
no forman parte de la Familia Real,
Sofía y su hermana Irene –según pude leer en los medios- ocupan una de las alas
de La Zarzuela y Juan Carlos, otra, dirigiéndose la palabra
a través de sus secretarios respectivos y sin encontrarse ni para comer. Según
el periódico italiano La Repubblica “durante
años, la reina ha aguantado en silencio las infidelidades de su marido. Ahora
ya no hay necesidad de esconder la realidad”. Y hoy, jueves 18 de septiembre,
sabemos que el exjefe del Estado dispondrá de despacho oficial en el Palacio de
Oriente “sin coste económico para su bolsillo”. Como dicen los de mi pueblo: mucha
jaula para tan poco pájaro. Anda, que como se le aparezca el fantasma de don
Manuel Azaña… A mi me da que el Gobierno no sabe cómo resolver la “papeleta”
del rey saliente ni qué hacer con ese jarrón chino. Porque los expresidentes
del Gobierno –los otros jarrones chinos- tuvieron dos opciones: una, utilizar la
puerta giratoria, como hicieron González y Aznar; o, dos, entrar en el Consejo
de Estado, como hizo Rodríguez Zapatero. Pero tratándose del anterior Jefe del
Estado, la cosa cambia. No había nada previsto para esos casos cuando se
suponía que un rey dejaba de serlo cuando moría en la cama. A mi criterio,
hubiese sido mejor que a Juan Carlos le hubiesen habilitado una residencia
discreta en una zona discreta, pongamos por caso Puerta de Hierro o, a lo sumo,
un despacho en la Quinta
de El Pardo, lugar por él ya conocido y donde recibió audiencias en 1974,
siendo todavía Príncipe de España. Sólo sería cuestión de hacer un colegio
público nuevo de Educación Especial por la Comunidad de Madrid. Lo que no se puede ni se
debe es colapsar el centro de Madrid cada vez que Juan Carlos pretenda darse
una vuelta por su despacho asignado. Además de ello, no sé qué diablos puede
despachar ahora un rey cesante. En resumidas cuentas, lo que no se comprende es
cómo desde La Zarzuela,
donde se ha concebido tal excentricidad como una decisión “sensata y lógica”,
se puede seguir tensando la cuerda de los despropósitos.
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