Yo nunca he entendido la razón por la que se interpreta el
himno nacional a la salida de algunas tallas de los templos, sobre todo en
Semana Santa. La alcaldesa de Sueca (Valencia) parece que tampoco lo entiende y
desea que no se siga practicando esa costumbre. Raquel Tamarit, de Comprimís, nacionalista ella, no quiere, como
digo, que se toque ese himno en las procesiones ni (eso ya son cosas mías) en
ningún otro sitio. Hay tradiciones que más vale olvidar. De la misma manera
que, como señalaba el catecismo Ripalda,
no se debe tomar el nombre de Dios en vano, tampoco se debe interpretar el
himno de España sin venir a cuento. Recuerdo que siendo ministra de Defensa Carme Chacón se prohibió a las bandas
militares tocar el himno nacional durante las misas para dar honores al
Altísimo, así como en procesiones y actos religiosos. Con el gobierno de Rajoy se retiró la norma por agradar a
la vetusta derechona que le presta su voto. Sin embargo, no hay que olvidar que
está en vigor el R.D. 684/2010
por el que se regulan los honores militares con dos pronunciamientos clave: la
asistencia con carácter voluntario de militares en actos tradicionales de
significación religiosa, y las honras fúnebres consideradas como acto de
servicio. Dicho de otra manera: si el Estado es constitucionalmente
aconfesional, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado sólo podrán acudir
a actos religiosos de manera voluntaria. Pero el Tribunal Supremo ya dejó claro
en su día que “la aconfesionalidad del Estado expresada en nuestra Constitución
no es la laicidad de otras naciones de nuestro entorno”. Daba una de cal, donde
solapadamente se venía a recordar los acuerdos Iglesia-Estado del 79; pero no
daba otra de arena, o sea, no hacía referencia alguna al referido real decreto.
Es decir, sí, pero no. En este país siempre nos movemos en las ambigüedades
para que la fiesta, la que sea, no decaiga. Posiblemente, todo quedaría
arreglado de la mejor forma si, por ejemplo, a la salida de una talla
procesional de las iglesias se interpretase por la banda local “España
cañí”, del bilbilitano Pascual
Marquina, “La puerta grande”, compuesto por la maestra Elvira Checa Agüero, o “Suspiros
de España”, de Antonio Álvarez
Alonso, que son tres pasodobles muy arraigados con nuestras tradiciones y que
casan de maravilla con las señoras de peineta y rosario en mano que acompañan a
dichas tallas durante sus recorridos callejeros. Antonio Álvarez tuvo su
inspiración una noche de 1902
a la salida del café La Palma Valenciana, de
Cartagena. Se detuvo en el escaparate de la confitería España y observó unas golosinas expuestas que allí denominaban suspiros, en aquel caso eran unas avellanas
caramelizadas, ya que suspiros son otra forma de llamar a los merengues, inventados
por el suizo Gasparini, residente en
Meiringen (de ahí su nombre) y que hasta principios del siglo XIX se moldeaban
con una cuchara antes de meterlos al horno, si hacemos caso a Juan de la Mata (Arte
de repostería, 1791, cap. 23, pp.108,109,110). A partir de entonces se
utilizó la manga pastelera, introducida en España por el cocinero francés Marie-Antoine Carème. Pero esa es otra
historia que nada tiene que ver con los símbolos del Estado ni con la alcaldesa
de Sueca, sino con la laminería, que es como Jerónimo Borao (Diccionario
de voces aragonesas, Imprenta y Librería de Calixto Ariño, Zaragoza, 1859,
p.191) hacía referencia al amor por golosinear.
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