Ahora resulta que unos investigadores chinos de la South China
University of Technology de Cantón acaban de descubrir que el humo
procedente de la quema de incienso es peor que el humo del tabaco y que las
partículas de ese humo inhalado quedan atrapadas en los pulmones, lo que puede
causar una reacción inflamatoria y, según estudios previos, también está
relacionado con el cáncer de pulmón, la leucemia infantil y el desarrollo de
tumores cerebrales. Ahí es nada. Yo sabía que tener malos humos era equivalente
a enfadarse y llenarse de soberbia y vanidad como consecuencia de la ira. La expresión proviene de la antigua costumbre
romana de pintar los atrios de los antepasados miembros de una misma familia, que con el tiempo resultaban dañados
por las inclemencias del tiempo y los humos. De aquellos atrios que presentaban
peor aspecto se decía que tenían muchos humos, lo que confería para los
moradores un símbolo de prestigio. Ahora hará falta saber qué opina el titular
de la archidiócesis de Santiago de
Compostela, Julián Barrio Barrio,
nacido en 1946 en Manganeses de la
Polvorosa, el pueblo zamorano que tuvo la fea costumbre hasta
2002 de que los quintos lanzaran al vacío una cabra desde la torre de su
iglesia, con la esperanza de que la recogieran otros mozos antes de que se
estrellara contra el suelo. Lo más normal era que el pobre animal muriera de un
modo parecido al de Claudio Guerin,
cuando se cayó de la torre de la iglesia de Noya mientas rodaba La campana del infierno. Pero a lo que
iba. Ahora, en vista de lo que afirman los investigadores chinos, deberíamos
saber de buena mano qué opinión le merece ese descubrimiento al Cabildo
Metropolitano, si el botafumeiro (que
significa en gallego “esparcidor de humo”) va a seguir cumpliendo con su función en la Catedral o, por el
contrario, lo columpiarán sin que arda la candela. Si eso aconteciera, dejarían
de entrar los turistas para ver el espectáculo y los ocho tiraboleiros que bailan el armatoste deberían cambiar de oficio.
Dicho armatoste pesa 53 kilos y tiene metro y medio de altura. En 1499 se
desprendió de sus cuerdas y salió por la Puerta de Platerías como alma que lleva el diablo
estando presente Catalina de Aragón
(quinta hija de los Reyes Católicos),
que entonces tenía catorce años. Lo mismo sucedió en los años 1622 y 1937. En ninguno de los tres casos
hubo víctimas. El actual botafumeiro
es de latón bañado en plata y fabricado en 1851. El anterior se cuenta que lo
robaron los franceses en 1809. Es caso es que se esfumó como el Códice Calixtino, solo que en aquellos
tiempos de la Guerra
de la Independencia
no había nacido todavía el electricista José
Manuel Fernández Castiñeiras para poder echarle la culpa. El botafumeiro
sólo funciona una docena de veces al año, salvo que algún caprichoso turista
desee contemplar su funcionamiento, previo pago de 300 euros por adelantado.
Por ese dinero yo creo que los tiraboleiros
hasta le pueden cantar a coro al visitante “Catro
vellos mariñeiros”. Otra solución posible podría consistir en sacar el botafumeiro al centro de la Plaza del Obradoiro. Los
humos se disiparían como sucede en los veladores con el humo de los cigarrillos
desde la ley antitabaco. Claro, a los actuales tiraboleiros habría que sustituirlos por trabajadores con contratos
a tiempo parcial, como sucede con los camareros de mesas en la Costa Dorada.
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