Según leo hoy en Heraldo
de Aragón, ahora resulta que Letizia
Ortiz tiene raíces aragonesas, si se considera que un abuelo de Francisco Rocasolano, el abuelo taxista
de la consorte del Rey recientemente fallecido, aunque nacido en Madrid era
hijo de emigrantes turolenses. El tatarabuelo de la reina, Miguel Rocasolano, era chatarrero de profesión y había nacido en
Calanda en 1836. Según cuenta ese diario aragonés, “el árbol genealógico de la Reina va más allá y desvela
que los Rocasolano se asentaron en Calanda en torno a 1770 y
que allí nacieron tres generaciones de la familia. Según las investigaciones
que se han hecho sobre los antepasados de doña Letizia, el apellido lo trajo a
Aragón un emigrante francés llamado Pantaleón Roquesoulane. Su hijo mantuvo el apellido original,
pero al nacer su nieto Fidel en
1813, el nombre se castellanizó y se convirtió en Rocasolano”. Sin embargo, en
la revista ¡Hola! (“La verdadera historia de los Rocasolano,
la familia de doña Letizia Ortiz”, 31-03.-2004) se cuenta que “los
Rocasolano fueron los primeros interesados en no desvelar su anterior fortuna y
abolengo. De hecho, cuando se anunció el compromiso oficial de la pareja, se
encargaron de quitar de la red una web
que tenían con el escudo de armas de la familia y el árbol genealógico con los
antepasados de los últimos 500 años. Linaje, por otra parte, en el que cabe
destacar, además de la prosperidad económica, la vinculación de algunos de los
parientes de la futura Princesa con el campo de la Ciencia. De hecho, en
la calle madrileña de Serrano se encuentra el Instituto de Química física Rocasolano, un centro de investigación
en Química, de orientación fundamentalmente experimental, que debe su nombre a Antonio
de Gregorio Rocasolano, Presidente de la Real Academia de
Ciencias de Zaragoza, desde 1922 hasta 1932, y autor de Estudios Químico
Físicos sobre la Materia
Viva”. A
continuación, esa revista hace referencia a “antepasados franceses millonarios”.
“Los Rocasolano –contaba Hola-
provienen de Francia, de la antigua Auvernia (todavía se puede encontrar su
escudo de armas en un petit-Chateau próximo a Lyon), donde ejercían como
señores de sus tierras, hasta que una parte de la familia decidió instalarse en
España a principios del siglo XX. Miguel
Rocasolano dejó atrás siglos de historia, compró tierras y empezó a
construir viviendas unifamiliares en la zona de Chamartín (al Norte de la
capital). Una empresa que, a pesar de los prósperos comienzos, acabaría
quebrando décadas después. Circunstancia que llevaron tanto al abuelo de doña
Letizia, don Francisco, como a sus once hermanos (todos ellos ya fallecidos),
que no habían estudiado ni se habían preparado para afrontar ninguna clase de
penuria, a trabajar en lo primero que encontraron, cimentando una vida (la que
hoy todos conocemos) completamente diferente a la llevada por sus antepasados”.
¿En qué quedamos? Ya verán, a este paso, cómo pronto a los Ortiz-Rocasolano les saldrá alguna relación familiar con el Gran
Ducado de Luxemburgo. Todo es cuestión de dejarlo en manos de esa revista del
corazón, capaz de convertir a Pantaleón Roquesoulane en miembro de
la familia real de Ruritaria, con el permiso de Jaime Peñafiel y de los herederos de Anthony Hoppe Hawkins.
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