Carmelo Moya escribe un artículo
hoy en
El Periódico de Aragón,
“Varón Dandy”, que con la frescura en su
análisis me ha recordado otros tiempos. Ayer contaba yo que había estado
visitando una exposición en La
Lonja de
Nicolás
Muller. Pues bien, lo que cuenta Moya es como sacado de la cámara de ese
fotógrafo en su periplo por España. “La raza de hombres-hombres que se afeitaba
con hojas
Palmera, que conducía
camiones
Pegaso sin dirección
asistida, que se amanecía con su copichuela de sol y sombra acompañado solo por
una galleta maría, todavía no se ha extinguido”. (…) “Los hay tan fieles que se
hacen acompañar por su fragancia [de
Varón
Dandy] desde hace 50 años. Fuman
Farias;
suelen hacerse colgar del morro un palillo las 24 horas del día (cuando se dan
una tregua y lo quitan del hocico, lo cuelgan sobre la oreja); su abundante
tupé, apelmazado por el constante rastrilleo una vez humedecido solo con agua,
marca tan perfectamente bien la raya que parece delineada con láser; se bañan
en el barreño una vez al mes, 'haga falta o no...'. (…) Ahora ya no visten
chaquetas de pana y zapatos
Segarra
pero siguen siendo fieles a su brandy
Soberano,
a su colección de casettes del españolísimo
Manolo Escobar y a
las novelas --ya raídas-- de
Marcial Lafuente Estefanía”. Lo cierto es que esa agua
de colonia no apareció en los mercados españoles hasta 1943. Luis Garcés Mantiña, que así se llamaba
el perfumista, había nacido en Valencia el 16 de junio de 1920. A la muerte de Luis
Garcés, en 2011, contaba uno de sus hijos,
Mario,
que “inventó el peinado con raya a los 17 años, durante la Guerra Civil, como
una manera de diferenciar a los fascistas durante las noches de fiesta en las
que soldados de ambos bandos acudían a los bares a relajarse tras un día de
contiendas y muerte”. De la misma manera, lamentaba Mario que su padre “no
hubiera recibido en vida el
Premio
Príncipe de Asturias, cuando lo dio todo por España”, en referencia a
aquella loción
Varón Dandy. A mi
entender, el
Varón Dandy tuvo su
ocaso el día que a un publicista se le ocurrió la infeliz idea de hacer un
anuncio para Televisión Española, la única que veíamos entonces, donde un actor
cuyo nombre no recuerdo se untaba la cara con esa loción y decía mirando a la
cámara:
“Varón Dandy, el colonio”.
Aquello de “el colonio” produjo muchas risitas flojas entre compañeros de
oficina, siempre que uno de ellos, que generalmente siempre era el mismo
sujeto, aparecía por la puerta del negociado con aquel tufillo tan
característico y que todo lo impregnaba hasta casi producir el mareo. Y no
digamos cuando un vecino de casa “impregnado” tomaba el ascensor. Personalmente
creo que con aquel olor no hubiera hecho falta que a
Caryl
Chessman le ejecutaran en la cámara
de gas de San Quintín el 2 de mayo de 1960. Hubiese bastado con hacerle subir y
bajar diez alturas una docena de veces en compañía de ese vecino tan escoscado,
relimpio y con tan altos horizontes en su afición por las emociones fuertes.
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