Leo hoy en
Infovaticana que “
por una de esas
casualidades desafortunadas, la semana del ‘Orgullo
gay’ coincide año tras año con la fiesta de san Pelayo (26 de junio). Un niño
cordobés de 12 años que prefirió morir antes de ser sodomizado por Abderramán
III”,
el octavo soberano Omeya. Y como hoy, san Pelayo coincide en el santoral con san
Josemaría Escrivá, son muchas las cartas que escriben los lectores de Infovaticana haciendo referencia al librito Camino y poniendo al califa de Córdoba como un presunto pedófilo de
chupa de dómine. Más les valdría
callarse a esos meapilas que se la cogen con papel de fumar, que si aventamos
la ropa sucia aquí saldrían chispas. Pues bien,
para el que no lo sepa, la chupa (sotana,
como la de los curas) fue una prenda introducida por los árabes a modo de
guardapolvos. Según Quevedo, la chupa se ensuciaba a fuer de no lavarla
y llegaba un momento dado en el que no se sabía de qué color era: de cerca
parecía negra, de lejos azul. Dómine, por otro lado, es en la declinación
latina el vocativo de dóminus, que
significa señor. Era un tratamiento de respeto con que los estudiantes de
Gramática latina se dirigían a su maestro. Las hagiografías de los santos
suelen tener más carácter literario que otra cosa. Y la hagiografía de Pelayo
no fue una excepción a la regla. Por asociación de ideas me viene a la cabeza
pelayos, que fue el
nombre que recibió la organización juvenil del Requeté, cuya sección femenina
se conocía como
las margaritas. En 1938,
tras el
Decreto de Unificación,
se denominó
Flechas y Pelayos a la fusión de los boletines juveniles de
estas organizaciones con las similares de Falange Española Tradicionalista y de
las JONS, cuyos integrantes se denominaban
flechas. La publicación
infantil
Flechas y pelayos fue un cómic durante la posguerra. Primero se
editó en San Sebastián y más tarde en Madrid. Desapareció de los quioscos en
1949. Un año antes de su desaparición, en 1948, apareció
Trampolín, editado por Acción Católica. Desapareció en 1959. Estuvo
dirigida por
Alberto de Macua y en
principio estuvo editada en papel de periódico, de gran tamaño. Tuvo cuatro
épocas. Con el tiempo (en 1950, en su “tercera época”) se fue reduciendo su
tamaño y se le añadió colorido. Sus viñetas estaban firmadas por los mejores
dibujantes del momento. Como ejemplo, señalaré que las viñetas de
Don Ataúlfo Clorato y su sobrino Renato
estaban firmadas por
Gabi;
La familia Sulfamida, por
Ramón Sabatés;
Ciriaco Majareto, por
Enrich;
Mateo Pí;
El Conde Pepe, por
Palop;
Listón y Tarugo, por
Juan
García Iranzo;
Matías, el espía
atómico, por
Ardel; etcétera.
Hoy es difícil encontrarlos y bien que lo siento.
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