En las librerías de lance todavía pueden encontrarse libros
raros y dar con ellos es como encontrar un trébol de cuatro hojas, o que te
salga una perla dentro de una ostra. Hoy deseo hacer referencia a uno de esos
libros en los que nadie repara y que,
salvo que aparezca un “raro” que los adquiera, duermen en una estantería el sueño de los justos por tiempo
indefinido. Puede llegar a tener polvo de siglos. Hoy haré referencia a El
sombrero, casi un cuadernillo, ya que sólo cuenta con 17 páginas, publicado
en la Imprenta de
La América
(calle del Baño, número 1, Madrid, 1859). Para el que lo desconozca, la antigua
calle del Baño, donde vivió Gustavo A.
Bécquer con sus dos hijos mayores algún tiempo, se llama en la actualidad calle
de Ventura de la Vega. Ese
librito es, como señala Vicente Catañeda
en un ensayo, “un elogio del sombrero
hongo y una diatriba del sombrero de copa, considerado como una reminiscencia impuesta
como moda por los afrancesados durante el reinado de José I”. Se cuenta que “la animadversión llegó a tal punto que un
buen número de escritores se conjuraron salir en Madrid cubiertos con hongo el
11 de mayo de 1859, con la natural expectación de los madrileños y la
contrariedad de los sombrereros, dispuestos a evitarlo”. En ese librito hay
trabajos de Hartzenbusch, Manuel de Palacio, Rodríguez Correa, Cayetano
Rosell, Severo Catalina, Ventura de la Vega, Antonio Hurtado, Manuel Ossorio, Antonio
Trueba, Narciso Serra, etcétera.
Lleva un prólogo de Antonio Ferrer del
Río y en su interior hay romances, sonetos, epigramas e ingeniosos
artículos. Según Natalio Rivas (Narraciones históricas contemporáneas,
cuarta parte, pp. 135 a
140, Editora Nacional, Madrid, 1949), “la finalidad del libro en cuestión es
dedicar un sentido recuerdo al antiguo chambergo, combatir sañudamente al
sombrero de copa y abogar por que desaparezca y sea sustituido por el hongo”.
En su interior plasmó Ventura de la
Vega: “Yo, ni apadrino
ni rechazo el hongo; / si todos se lo ponen, me lo pongo”. Todo lo que aquí
describo viene reflejado en “Ensayo de
una bibliografía comentada de manuales de artes, ciencias, oficios, costumbres
públicas y privadas de España, siglos XVI al XIX”, p. 236, de Vicente Castañeda, académico de la Historia, Madrid, 1955, y,
como decía, en el Anecdotario..., de
Natalio Rivas. Me encantan las librerías de lance. Desde aquí aprovecho para
hacer un homenaje a Inocencio Ruiz
Lasala, el librero y bibliófilo de El Tubo, en Zaragoza, amigo ya
fallecido. Era una excelente persona. Siempre decía: “Cuando presto un libro,
digo que permito que no me lo devuelvan a condición de que, después de leerlo,
se lo dejen a alguien”. En cierta ocasión le preguntó Javier Barreiro en una entrevista sobre qué personaje que había
pasado por su tienda le había impresionado más. Fue rotundo al contestar: “Tal
vez, Marañón. Vino a tratar a un
familiar de Escoriaza y pasó por la
librería. Eligió un libro y yo quise regalárselo. Pero me contestó: ‘yo soy
médico y vivo de eso. Usted es librero y vive de la librería’. Y lo pagó, como
no podía ser de otra manera.
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