Como decía el heladero: “al polo, al pochicle, al napolitano
y al helado merengado”. Comienza julio con sus rebajas, la gente tira carretera
arriba y carretera abajo en busca de no sabemos qué, los niños tiene fiesta en
las escuelas, los pájaros cantan, las nubes se levanta, “¡rico parisién!”, que
aquí ya está vendido todo el pescado. De niño, recuerdo, un hombre llevaba un
farol por la playa de La
Magdalena lleno de barquillos. “¡Rico parisién!”, gritaba a
unos turistas que acababan de saber que existía Santander, y el Cantábrico, y
el Hotel Bahía, y el Paseo de Pereda donde había unos caballitos a los que
tanto me gustaba subir y dar vueltas, y una estatua de Velarde y unos barcos
que estaba un día atracados y al
siguiente se marchaban tocando sus bocinas en busca de más estrellas de mar...
El verano no perdona y las calores, tampoco. ¡Qué bien lo cuenta Pascual
González: “Y el verano, tocado con Panamá de paja y con su guayabera blanca,
como Pepe Marchena, nada más llegar, se va a la plaza de los Carros y en el
mostrador de Casa Vizcaíno se refresca el gaznate mientras se jarta de
reír de las cantinelas propias de to’s los que no se acuerdan de las
tormentas con lluvias de calamares fritos que, desde la primavera, nos avisa
que el verano no perdona...”.
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