Ayer por la tarde fui de paseo por la zaragozana Plaza de las Catedrales y
comprobé que había comenzado la Feria del Libro. También, que había una
legión de fotógrafos esperando a que apareciese el alcalde Santisteve y se subiese a un templete improvisado junto a unos
concejales y una señora, Ana Alcolea,
que poco más tarde leyó una perorata interminable referida a que, cuando era
niña, en su casa había poca comida pero muchos libros, etcétera. Ya saben, esos
tópicos que bien aliñados suelen mover a la compasión de tipos que no leen
jamás, pero que tal vez se animen a comprar un libro de lo que sea, siempre que
haga juego con la librería de su sala. Un dato: en Collado-Villalba, adonde
suelo ir cada mes, o cada dos meses, por comprobar que la sierra de Guadarrama
me saluda cuando abro la ventana y que la tumba de Franco permanece en
Cuelgamuros, en el interior de la obra faraónica que hizo Huarte y Banús a mayor gloria de la obsesión enfermiza de un
perverso dictador; en Collado-Villalba, digo, todos los viernes hay mercado de
libros de segunda mano en los soportales de la calle Real. Hace dos semanas
adquirí dos libros de “Austral” a
cincuenta céntimos cada uno. Y ayer, como decía, mientras los políticos
municipales se dejaban fotografiar, y mientras la señora aquella contaba su
infancia perdida en medio de un bosque casero de libros y pastillas de “Avecrem”, pude darme una vuelta por las
diversas casetas. En casi todas ellas había escritores, para mí desconocidos,
deseosos de que el curioso despistado adquiriese alguno de sus libros de poesía
(con menos páginas que el catecismo
Astete) y se lo pudiera llevar a casa con dedicatoria incluida. En una de
aquellas casetas (la de El Corte Inglés)
me chocó un tomo de Susana López Rubio,
de más de cuatrocientas páginas. Le eché un rápido vistazo. No dudé en
comprarlo, aunque su autora estuviese ausente para poder dedicármelo. Se
titulaba “El Encanto”. Por la
contraportada (puesto que no he comenzado a leerlo todavía) pude comprobar que
la novela estaba argumentada en La
Habana y el título hacía referencia aquellos grandes
almacenes en los que durante muchos años trabajó mi abuelo paterno. No sé,
hasta puede que su lectura sea como entrar en La
Bodeguita del Medio
sin salir de casa. Ya les contaré.
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