Olimpio Biscarrués y
Sáenz de Urturi se encontró un día un bitcoin
en la ranura del mármol de un mostrador del Crédit
Lyonnaise durante un viaje a Lourdes. Después de mirarlo muchas veces, lo
guardó en uno de los bolsillos de su pantalón vaquero. Nunca supo que era un bitcoin ni qué valor tendría al cambio
de euros. Hasta que un conocido de taberna le dijo que se trataba de una
criptomoneda no respaldada por ningún gobierno. Olimpio Biscarrués y Sáenz de
Urturi se rascó el colodrillo, volvió a echarse la moneda al bolsillo de su
pantalón y se la llevó a casa. La depositó debajo de una imagen del Corazón de
Jesús que tenía en la entrada de su casa y continuó con su rutina. Con el
tiempo y su revalorización progresiva llegó a valer más que su peso en oro. Al
menos eso le reconoció un amigo que estaba en el negociado de Cartera de Cobro
del banco donde Olimpio acudía mensualmente a pagar el recibo de la luz. Aquella
moneda había sido para él su particular “milagro de Lourdes”. Pero no se lo dijo
a nadie. Todas las tardes, cuando salía del trabajo, iba a casa y lo primero
que hacía era comprobar que aquella moneda milagrosa seguía debajo de la imagen
del Corazón de Jesús. La tocaba, se santiguaba e iba hasta la cocina donde se
preparaba un tazón de café con leche en el que untaba tres galletas maría.
Olimpio nunca supo quién había dejado aquella moneda en la ranura del banco
francés y el motivo que le llevó a esconderla. Tampoco volvió a Lourdes.
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