En su artículo de hoy en ABC,
Antonio Burgos hace referencia a la
bandera franquista que le lanzaron a Juan
José Padilla a la arena en la plaza de toros de Villacarrillo (Jaén) donde,
por cierto, le concedieron las dos orejas y el rabo. No tengo nada contra
Padilla. Me parece un torero valiente. Y es posible que al tomar la bandera que
le habían tirado al redondel se la pusiera a modo de mantón de Manila sin
percatarse siquiera de que aquella bandera estaba fuera de lugar por llevar el
escudo adoptado por Franco, y que
estuvo ondeando en los edificios oficiales más de cuarenta años. Pero hay una
cosa que sí quisiera aclarar. Burgos escribe que “no pueden imaginarse la que
le han formado a Padilla, precisamente los mismos que alardean de enarbolar
otra bandera que sí que es preconstitucional, cual la tricolor de la II República; o que
exhiben la roja con la hoz y el martillo, la de Stalin. Y ni te cuento en esta hora la llamada ‘estelada’
separatista catalana”. No voy a opinar aquí sobre la bandera de la extinta URSS
ni sobre la estelada catalana derivada de la bandera del Reino de Aragón. Pero
sí quiero referirme a la bandera tricolor de la Segunda República
Española. Fue la enseña oficial de España, adoptada por decreto de la Presidencia del Gobierno
Provisional de la República
el 27 de abril de 1931, en vigor hasta 1939 e institucionalizada en el primer
artículo de la
Constitución de 1931.Era la alternativa a la anterior bandera
rojigualda borbónica adoptada como bandera nacional en 1843 durante el reinado
de Isabel II. En efecto, la bandera
tricolor de la II República
no es hoy constitucional, pero lo fue durante casi 9 años. Sin embargo, la
bandera borbónica fue la utilizada por las tropas rebeldes desde casi el
principio de la Guerra Civil.
Esa es la diferencia. Cosa distinta es que durante la Transición se acordase
por consenso, por miedo diría yo, mantener la bandera bicolor aunque cambiando
el escudo con el águila de San Juan y
haciendo desaparecer el lema “una, grande, libre”. Termina Burgos su artículo
exclamando en modo imperativo: “¡Tequiyá con el lío a Padilla por la bandera,
tontos de la bandera republicana!”. No sé si aquellos que portan la bandera de la
II República en las manifestaciones
populares son tontos o listos. Pero sí sé que muchos españoles, entre los que
yo me encuentro, honramos aquella bandera y a los miles y miles de asesinados,
muchos todavía hoy olvidados en las cunetas, que lucharon en la medida de sus
fuerzas por defender la libertad.
Burgos, entremedias, aprovecha para contar una estrafalaria anécdota. Dice que
en cierta ocasión Padilla le brindó un toro cuando acompañó a Juan Manuel Blázquez hasta Puertollano
por ver torear a Eduardo Dávila Miura.
Al enterarse Dávila de que estaba en la plaza Blázquez, éste le brindó el
primer toro. El siguiente toro, Padilla se lo brindó a Burgos “como diciendo:
no voy a ser menos que Dávila Miura; si hay que brindar, se brinda”. Y el
ególatra Burgos parece ser que recibió la montera por equivocación. Padilla,
supongo, sólo trató de imitar al anterior torero a la hora de brindar, pero se
equivocó de persona. Fue como lo del nombramiento de Julio Rodríguez Martínez como ministro. Por cierto, el ministro de
Educación más breve de la historia. Julio Rodríguez Martínez, que ponía en sus
tarjetas de visita “ministro de Carrero
Blanco”, sólo estuvo siete meses en el cargo. Promovió un “calendario juliano” universitario que
comprendía entre los meses de enero y diciembre. Sobre su nombramiento corrió
el rumor de que se debía a un malentendido, porque a quien quería Franco para
el puesto era a Luis Sánchez Agesta.
Por eso pienso que Padilla al que quería brindar su toro era a Blázquez, pero
le lanzó la montera a Burgos al no tener muy clara la imagen facial de su
acompañante, o sea.
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