lunes, 18 de septiembre de 2017

Despistes





En su artículo de hoy en ABC, Antonio Burgos hace referencia a la bandera franquista que le lanzaron a Juan José Padilla a la arena en la plaza de toros de Villacarrillo (Jaén) donde, por cierto, le concedieron las dos orejas y el rabo. No tengo nada contra Padilla. Me parece un torero valiente. Y es posible que al tomar la bandera que le habían tirado al redondel se la pusiera a modo de mantón de Manila sin percatarse siquiera de que aquella bandera estaba fuera de lugar por llevar el escudo adoptado por Franco, y que estuvo ondeando en los edificios oficiales más de cuarenta años. Pero hay una cosa que sí quisiera aclarar. Burgos escribe que “no pueden imaginarse la que le han formado a Padilla, precisamente los mismos que alardean de enarbolar otra bandera que sí que es preconstitucional, cual la tricolor de la II República; o que exhiben la roja con la hoz y el martillo, la de Stalin. Y ni te cuento en esta hora la llamada ‘estelada’ separatista catalana”. No voy a opinar aquí sobre la bandera de la extinta URSS ni sobre la estelada catalana derivada de la bandera del Reino de Aragón. Pero sí quiero referirme a la bandera tricolor de la Segunda República Española. Fue la enseña oficial de España, adoptada por decreto de la Presidencia del Gobierno Provisional de la República el 27 de abril de 1931, en vigor hasta 1939 e institucionalizada en el primer artículo de la Constitución de 1931.Era la alternativa a la anterior bandera rojigualda borbónica adoptada como bandera nacional en 1843 durante el reinado de Isabel II. En efecto, la bandera tricolor de la II República no es hoy constitucional, pero lo fue durante casi 9 años. Sin embargo, la bandera borbónica fue la utilizada por las tropas rebeldes desde casi el principio de la Guerra Civil. Esa es la diferencia. Cosa distinta es que durante la Transición se acordase por consenso, por miedo diría yo, mantener la bandera bicolor aunque cambiando el escudo con el águila de San Juan y haciendo desaparecer el lema “una, grande, libre”. Termina Burgos su artículo exclamando en modo imperativo: “¡Tequiyá con el lío a Padilla por la bandera, tontos de la bandera republicana!”. No sé si aquellos que portan la bandera de la II República en las manifestaciones populares son tontos o listos. Pero sí sé que muchos españoles, entre los que yo me encuentro, honramos aquella bandera y a los miles y miles de asesinados, muchos todavía hoy olvidados en las cunetas, que lucharon en la medida de sus fuerzas  por defender la libertad. Burgos, entremedias, aprovecha para contar una estrafalaria anécdota. Dice que en cierta ocasión Padilla le brindó un toro cuando acompañó a Juan Manuel Blázquez hasta Puertollano por ver torear a Eduardo Dávila Miura. Al enterarse Dávila de que estaba en la plaza Blázquez, éste le brindó el primer toro. El siguiente toro, Padilla se lo brindó a Burgos “como diciendo: no voy a ser menos que Dávila Miura; si hay que brindar, se brinda”. Y el ególatra Burgos parece ser que recibió la montera por equivocación. Padilla, supongo, sólo trató de imitar al anterior torero a la hora de brindar, pero se equivocó de persona. Fue como lo del nombramiento de Julio Rodríguez Martínez como ministro. Por cierto, el ministro de Educación más breve de la historia. Julio Rodríguez Martínez, que ponía en sus tarjetas de visita “ministro de Carrero Blanco”, sólo estuvo siete meses en el cargo. Promovió un “calendario juliano” universitario que comprendía entre los meses de enero y diciembre. Sobre su nombramiento corrió el rumor de que se debía a un malentendido, porque a quien quería Franco para el puesto era a Luis Sánchez Agesta. Por eso pienso que Padilla al que quería brindar su toro era a Blázquez, pero le lanzó la montera a Burgos al no tener muy clara la imagen facial de su acompañante, o sea.

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