martes, 19 de septiembre de 2017

Ir a la moda





Vengo observando que se han puesto de moda unos trajes rarísimos. Verán, los pantalones son de esos que llaman pitillos y las americanas son tan estrechas que es imposible poder atarse un botón. Son como de dos tallas menos y le hacen a aquel que las porta como engurrumido (se lee ceñido, también cilindrado) como si  el portador estuviese a diente y le faltase un par de cocidos contundentes. Pero ahí no acaba la cosa. El calzado que le acompaña es lo más parecido a aquellos maripíes que usábamos en los veranos de principios de los 60, cuando mataron a Caryl Chessman en la cámara de gas de San Quintín,  nos dio por convertirnos en ye-yes y hacíamos guateques los domingos por la tarde a base de discos de Adamo, trasiego de oranginas y restriegues de cebolletas si era menester. De ahí no pasábamos. Por aquellos años llevábamos pantalones acampanados,  pelos muy alborotados y zapatos de chúpame la punta. El traje único, confeccionado por el sastre que conocían nuestros padres, lo guardábamos para bodas, bautizos y comuniones. También para los entierros. El pantalón, recuerdo, solía ser de tela príncipe de Gales y llevaba dos trabillas en la parte trasera superior y doblez en los bajos de la pernera. Y siempre se acompañaba de camisa blanca, corbata horrenda y zapatos acordonados de color maleta con suela de material. También nos poníamos el traje para ir al cine los domingos por la tarde por ver una película de Paquita Rico o del Oeste, que siempre iban precedidas del No-Do, con los triunfos ajedrecísticos de Arturito Pomar, la inauguración del último pantano por Franco o la apertura en Madrid de la Feria del Campo. Ir vestido entonces con una chaquetilla de una talla dos veces menor a la adecuada y unos pantalones para meterlos con calzador era propio de los cómicos de La Chicharra, aquella compañía de titiriteros que se ganaban la vida actuando las noches veraniegas en las plazas de los pueblos y pasando la gorrilla para intentar malvivir con el recuento de las perragordas, las perrachicas y las monedas de dos reales con  agujero incluido.

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