En España, cuando llega septiembre, baja el brío en honor de
las más diversas vírgenes y santos y brotan como setas los fastos relacionados
con la vendimia. Cualquier excusa es buena para continuar con la jarana
nacional en ciudades y pueblos del ruedo ibérico, lanzar cohetería, soltar
erales corniveletos por las calles y contratar charangas. Mientras, el mundo
tiene otras preocupaciones, verbigracia: el avance del huracán Irma amenazando
Florida, o la preocupación por los ensayos nucleares de Corea del Norte. Pero,
sobre todo, el deseo de medio mundo por conocer al peluquero de Kim Jong-un. Pedro Sánchez dice ahora que “España es una nación de al menos
cuatro naciones”. Vamos, como sucede con
la ameba, que se reproduce por escisión,
o sea, se alarga como la sombra del ciprés se Silos y su citoplasma se divide
en dos células hijas. Es la
España chicle. Para Pedro Sánchez también son naciones
Galicia, Cataluña y el País Vasco. Las tres son hijas de una ameba llamada
España, estirada como la goma de mascar. Pero este país sigue con la bulla, con
ese Oktoberfest que no acaba nunca aunque
se caiga el mundo. En el siglo XIX se identifican por primera vez las ideas de
nación, pueblo y Estado. Pero, claro, hay naciones sin Estado, como Québec o Cataluña;
Estados sin nación, como Mónaco; y naciones divididas en más de un Estado, como
Corea. También existen naciones sin territorio, como la que forman los gitanos
o formaron hasta 1948 los judíos. La nación es la carretera que conduce siempre
hacia el Estado. Pero no todos los Estados son nacionales ni todas las naciones
tienen Estado. La formación de un Estado es independiente del concepto de
nación, y en todos los Estados hay varias naciones, lo que hace buena la tesis
de Pedro Sánchez. Los Estados, en realidad, se crearon con fines comerciales,
es decir, para formar un mercado nacional libre de trabas aduaneras,
independientemente de las manifestaciones culturales que manifiesten las
naciones que lo componen. Según Han Kelsen, “el Estado no son los hombres
que vemos, tocamos y ocupan un espacio, sino un sistema de normas que tiene por
contenido una cierta conducta humana”. Todo Estado, evidentemente, necesita
un territorio. Y ahí es cuando aparece
el problema, por ejemplo en Cataluña. A mi entender, España se articula como
Estado a partir de la Constitución de 1812, que es cuando se comienza con
la organización territorial, cuando se reconoce la integración
de ese Estado en provincias con cierta descentralización incipiente de carácter
administrativo, se crea una bandera común, una moneda, etcétera. Y en las Cortes de Cádiz ya participaron
representantes de algunas provincias españolas y también de los territorios
americanos y de Filipinas y se derogaron
los señoríos jurisdiccionales, desapareciendo así la división entre
señorío y realengo. Y todo ese chorro aire fresco coincidió con el reinado de Fernando VII, el rey felón que tantas desgracias trajo a este país. Pero, vamos, estas cosas las explica en rigor el
medievalista Claudio Sánchez Albornoz
en su libro “Orígenes de la Nación Española. El Reino de
Asturias” con bases suficientes y demostradas.
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