martes, 5 de septiembre de 2017

La España chicle





En España, cuando llega septiembre, baja el brío en honor de las más diversas vírgenes y santos y brotan como setas los fastos relacionados con la vendimia. Cualquier excusa es buena para continuar con la jarana nacional en ciudades y pueblos del ruedo ibérico, lanzar cohetería, soltar erales corniveletos por las calles y contratar charangas. Mientras, el mundo tiene otras preocupaciones, verbigracia: el avance del huracán Irma amenazando Florida, o la preocupación por los ensayos nucleares de Corea del Norte. Pero, sobre todo, el deseo de medio mundo por conocer al peluquero de Kim Jong-un. Pedro Sánchez dice ahora que “España es una nación de al menos cuatro naciones”. Vamos,  como sucede con la ameba,  que se reproduce por escisión, o sea, se alarga como la sombra del ciprés se Silos y su citoplasma se divide en dos células hijas. Es la España chicle. Para Pedro Sánchez también son naciones Galicia, Cataluña y el País Vasco. Las tres son hijas de una ameba llamada España, estirada como la goma de mascar. Pero este país sigue con la bulla, con ese Oktoberfest que no acaba nunca aunque se caiga el mundo. En el siglo XIX se identifican por primera vez las ideas de nación, pueblo y Estado. Pero, claro, hay naciones sin Estado, como Québec o Cataluña; Estados sin nación, como Mónaco; y naciones divididas en más de un Estado, como Corea. También existen naciones sin territorio, como la que forman los gitanos o formaron hasta 1948 los judíos. La nación es la carretera que conduce siempre hacia el Estado. Pero no todos los Estados son nacionales ni todas las naciones tienen Estado. La formación de un Estado es independiente del concepto de nación, y en todos los Estados hay varias naciones, lo que hace buena la tesis de Pedro Sánchez. Los Estados, en realidad, se crearon con fines comerciales, es decir, para formar un mercado nacional libre de trabas aduaneras, independientemente de las manifestaciones culturales que manifiesten las naciones que lo componen. Según Han Kelsen, “el Estado no son los hombres que vemos, tocamos y ocupan un espacio, sino un sistema de normas que tiene por contenido una cierta conducta humana”. Todo Estado, evidentemente, necesita un  territorio. Y ahí es cuando aparece el problema, por ejemplo en Cataluña. A mi entender, España se articula como Estado a partir de la Constitución de 1812, que es cuando se comienza con la organización territorial, cuando se reconoce la integración de ese Estado en provincias con cierta descentralización incipiente de carácter administrativo, se crea una bandera común, una moneda, etcétera. Y en las Cortes de Cádiz ya participaron representantes de algunas provincias españolas y también de los territorios americanos y de Filipinas y se derogaron  los señoríos jurisdiccionales, desapareciendo así la división entre señorío y realengo. Y todo ese chorro aire fresco coincidió con el reinado de Fernando VII, el rey felón que tantas desgracias trajo a este país.  Pero, vamos, estas cosas las explica en rigor el medievalista Claudio Sánchez Albornoz en su libro “Orígenes de la Nación Española. El Reino de Asturias” con bases suficientes y demostradas.

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