Señala hoy el diario ABC
que la consorte de Felipe VI es “la
reina mejor vestida del mundo”, haciéndose eco de una noticia de Vanity Fair, esa
revista dirigida a los pijos “del mundo al otro confín”, como decía la letra de
la canción de “El Enano saltarín”. A
mi entender, eso no tiene mérito. “La consorte del rey –sigue señalando ABC – cuida su imagen y su estilismo al
detalle”. Eso tampoco tiene mérito. Lo decía Cerón: “el que cree que vale mucho, no vale. Y el que vale poco y
se cree que vale más de lo que vale, tampoco vale”. Las consortes reales están
para lo que están, es decir, para que puedan continuar las dinastías. ¿Alguien
recuerda cómo viste la consorte del presidente de Portugal? Para mí que no; y
que, además de ello, son muy pocos los ciudadanos de este país que conocen el
nombre de ese presidente. Hagan la
prueba entre sus amigos. Pregunten por ahí quién es Marcelo Rebelo de Sousa, o quién es Rita
María Lagos do Amaral Cabral. ¡Y estamos refiriéndonos al presidente de la República del país
vecino! Pero volvamos a España. ¿Quién conoce el nombre de la primera consorte
de Amadeo I? En resumidas cuentas,
al ciudadano común, harto de pagar impuestos sin obtener contrapartidas
razonables, le importa un rábano si Letizia
Ortiz se pone vestidos de Felipe
Varela, de Carolina Herrera, o
de una modistilla de Trespaderne. Bastante tenemos con poder llegar a fin de
mes. A mi entender, La Marca España, ese proyecto
a largo plazo con pretensiones de mejorar la imagen de aquí, no forma parte de una buena política de Estado, por mucho que
exista el Real Decreto 998/2012,
de 28 de junio y que se creara la figura del Alto
Comisionado del Gobierno. Todas esas rimbombancias me
recuerdan la película “Sopa de ganso”.
Para mejorar la imagen de este país es condición necesaria que nuestros
políticos no roben. La Marca España, vista desde
el extranjero, es la cantidad que deben tanto la banca como las cajas de
ahorros al Frob y que no piensan
devolver aunque les aspen; es la creación de empleo precario
a base de miserables salarios-basura; es
el alto porcentaje de desempleados; es el dineral que el Gobierno cede a las
emisoras y a la televisión de los obispos; es el hecho de habernos convertido
en un país de camareros; es la corrupción de los partidos políticos; es que el Pazo de Meirás continúe en poder de la familia de Franco; es la vergüenza que
produce poder ver a Rato, a Bárcenas y a Urdangarín paseando por la calle; es conocer que hay muchos niños,
yo diría que demasiados, que sólo pueden hacer una comida al día; es el
bochorno de la deriva catalana; es la tremenda lista de espera existente en los
hospitales públicos; etcétera. Eso es la Marca España, para nuestra
desgracia. Claro, la Marca España también
pueden ser los castoreños de los picadores de toros, la sangría que piden los
turistas, los churros y las porras de la madrileña Chocolatería de San Ginés, las mantecadas de Astorga, los botijos,
los polvorones de Estepa, los sobaos pasiegos, los acharolados tricornios de la Guardia Civil, el biscúter y los discos de pizarra de Manolo Caracol. Pero esa es una Marca España Cañí, lo typical Spanish que tanto gusta a los
guiris. Ya veremos qué sucederá por estos lares el día que se pinche esa
burbuja turística que ya representa el 13% del PIB. A mi entender, a la
consorte del jefe del Estado sólo debe
pedírsele una cosa: que intente aprender algo de su suegra, Si lo logra, que lo
dudo, la imagen no lo sé pero el estilo le vendrá por añadidura, o sea.
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