domingo, 16 de enero de 2022

La muerte lenta de los pueblos

 


Leo en la prensa: “El Gobierno asume una verdad incómoda para la España vaciada: ni el tren ni las autovías frenan la despoblación”. Hombre, eso todo el mundo lo sabe. Yo nací en un pueblo de Zaragoza donde casi todos los trenes pasan de largo y la autovía, por el monte. La estación se convirtió en un apeadero y sólo se detiene algún convoy  que circula por vía de ancho ibérico  y que conecta con Zaragoza, pese a que tarda una hora y veinte minutos en un trayecto que no llega a los 80 kilómetros.  Pero los ciudadanos del pueblo están de suerte. Yo recuerdo haber hecho el trayecto  Zaragoza-Calatayud en el “ómnibus Arcos” en tres horas en vagones con balconcillo y asientos de madera. La España vaciada tiene muy difícil futuro. Existe la paradoja de que la población española ha aumentado un 36% desde 1975 sin que ello afecte al medio rural. Castilla-León, Asturias, Extremadura y Aragón son las comunidades autónomas donde más se ha notado el problema de la despoblación. La emigración durante el “desarrollismo” fue la principal causa de haber llegado a la situación en la que ahora se encuentran muchos municipios de esas regiones. En el ensayo “La España vacía”, Sergio del Molino, explica  ese fenómeno.  En un artículo  Fernando Fernández (“¿Cómo arreglar el problema de la España vaciada?”)  hacía la siguiente descripción: “Acompañas a tu hijo al autobús y no ves a nadie, vas a tirar la basura, y no ves a nadie, llega la tarde y no ves a nadie. Esto es lo más duro, y al mismo tiempo, esta experiencia hace que la misma gente sea dura”. (…) “El régimen franquista consolidó un modelo de desarrollo centralista y a la vez de profunda segregación espacial entre el medio rural y las ciudades. Se impulsó un modelo de desarrollo dependiente y esquilmador que asignó al mundo rural una función subordinada al desarrollo urbano. La población rural debía nutrir de mano de obra al sector industrial primero, y luego al de los servicios. En este modelo de desarrollo, las montañas asumieron las servidumbres y vaciaron de gente sus pueblos”. En España, con los datos de pueblos plasmados en el “Madoz” (1850), han desaparecido muchísimos pueblos, unos por haberse vaciado (sobre todo en Soria, Huesca y Guadalajara) y otros por haber sido inundados por pantanos. En los pueblos abandonados ya sólo quedan las huellas del expolio y el vandalismo. Me viene a la mente el caso de El Alamín, entre Toledo y Madrid. Un poblado ideado al estilo de los pueblos de colonización construido en la década de los 50 a expensas  de Juan Claudio Güell Churruca, conde de Ruiseñada, para dar morada a los jornaleros que atendían sus tierras, su ganadería de reses bravas y su coto de caza. Contaba con iglesia, escuela, bar, peluquería, oficina de Correos, un médico que tenía consulta vez por semana, y hasta un  panadero que llegaba pan diariamente desde el pueblo toledano de Almorox. Además de todo ello, aquellos residentes disponían de un autocar que los acercaba hasta Villa del Prado. Todo era gratuito para aquellos trabajadores, excepto el recibo de la luz. La decadencia del sector primario fue causa de la emigración de aquellos colonos. El Alamín quedó abandonado a finales del siglo XX. Hoy sólo quedan yerbajos y muros llenos de grafitis. En otra de las fincas del conde de Ruiseñada, la de Las Cabezas de Casatejada (Cáceres) tuvo lugar el encuentro de personas interpuestas por parte de Juan de Borbón y de Franco para abordar la espinosa cuestión de la educación de Juan Carlos en España. Aficionado a los trenes, fue el propio conde de Ruiseñada  el que condujo en 1948 la locomotora del tren Lusitania Exprés que trajo a Juan Carlos desde Lisboa hasta Madrid. Cuatro años después, el conde de Ruiseñada moría de infarto en un tren que le trasladaba de París a Hendaya. El coronel Martínez Inglés, expulsado del Ejército en 1990, contaba que fue en la finca de Las Cabezas donde ocurrió el desgraciado accidente que terminó con la vida de Alfonso de Borbón (28 de marzo de 1956) hermano de Juan Carlos. Según ese militar, el cadáver del niño fue conducido a Estoril en secreto la misma tarde de su muerte a través de la frontera de Valencia de Alcántara. Franco ordenó al embajador en Lisboa, su primo Nicolás Franco, que emitiese una nota falsa, situando el desgraciado accidente en la residencia de Villa Giralda.

No hay comentarios: