jueves, 20 de enero de 2022

Por ir al grano

 


Reconozco que Pablo Iglesias nunca ha sido santo de mi devoción, pero de la misma manera debo reconocer que un artículo suyo, publicado en El País el 22 de noviembre de 2018, me hizo reflexionar sobre la forma de Estado. En aquel artículo (“¿Para qué sirve la monarquía?”) Iglesias hacía referencia a un anterior editorial de ese diario donde se aclaraba algo importante: “Tan democrática es una monarquía como una república, siempre a condición de que garanticen las libertades”. Iglesias, en ese sentido, hizo hincapié en un  punto concreto. Vino a decir lo que todos sabemos, que “a la Jefatura del Estado se debe llegar  por elecciones, no por fecundación”, como ahora sucede. Aclaraba Iglesias: “Desde el momento en que la monarquía ya no es el precio a pagar para contar con un sistema de libertades (el Ejército español no es hoy ninguna amenaza a la democracia como podía serlo hace 40 años) su función histórica para la democracia española perdió su sentido”. La pregunta que ahora deberíamos hacernos los españoles es la siguiente: ¿la monarquía a quién beneficia? A mi entender, en la actual situación de monarquía parlamentaria, la función del monarca queda muy reducida. Es casi un símbolo, ya que la Jefatura del Estado se ejerce bajo el control del Poder Legislativo y del Poder Ejecutivo. De las sentencias del Poder Judicial el rey queda exento, muy a mi pesar, al no poder ser juzgado. (Artículo 56.3 de la Carta Magna). En consecuencia, el Parlamento está capacitado para poder tomar decisiones que obliguen su cumplimiento por parte del jefe del Estado, obligado a sancionar las leyes que emanan del Parlamento, y los ministros están obligados a refrendar con su firma en el BOE la firma del monarca, al no estar  sujeto a responsabilidad  (Art. 56.3 de la Constitución Española). Sobre la consorte del rey, en este caso de Letizia Ortiz Rocasolano, el Artículo 58 lo deja claro: “No podrá asumir funciones constitucionales, salvo lo dispuesto para la Regencia”. Su misión primordial consiste, en consecuencia, en proporcionar herederos a la dinastía reinante. En resumidas cuentas, Iglesia venía a decir (cito textual) que “nuestra patria necesita hoy dotarse de instrumentos institucionales republicanos que huyan de la uniformidad y el cesarismo, que representen la fraternidad, que garanticen la justicia social y que reconozcan la diversidad de los pueblos y gentes de España como clave identitaria a proteger y respetar”. Yo, que ya tengo más años que Enoc, padre de Matusalén, y los huevos pelados de leer y escuchar chorradas a tutiplén provenientes de patrioteros sansirolés y eruditos a la violeta con lomos de lacayos,  ni hago mío aquello de “Dios, Patria, Rey” (lema triádico del carlismo); ni el lema “la Patria, el pan y la justicia” (del pensamiento joseantoniano). Puestos a elegir, me quedo con el “Tolle, lege” que escuchó san Agustín  en momentos de zozobra; o con el dicho “que con su pan se lo coma y allá se lo haya”, que dijera don Quijote a Sancho de camino por Sierra Morena en referencia a la reina Madasima, amancebada de un cirujano. Como decía con gran pragmatismo otro tocayo suyo, Agustín de Foxá, ya puestos, prefiero café, copa y puro.

No hay comentarios: