jueves, 6 de enero de 2022

Una sensación agridulce

 


Acabo de leer en Vozpópuli un artículo de Miquel Giménez que me ha producido una sensación agridulce.  Cuenta en su artículo: “Yo conocí al rey Baltasar”, que, siendo niño, acudía a la cabalgata fascinado, “pero lo mejor era que, al volver a casa, me esperaba en persona el rey Baltasar, vestido con un lujoso traje que a mí se me antojaba deslumbrante por la cantidad de joyas que lucía, turbante cuajado de plumas y capa blanca ornada de ricos brocados. Su rostro severo, negro como la noche, contrastaba con la blanquísima y dulce sonrisa que me regalaba siempre. A su lado, mi padre, vestido de smoking y a punto de irse a trabajar, me miraba de manera inefable, la mirada que de mayor he descubierto solamente en los hombres buenos. El Rey lo sabía todo de mí: mis notas, mis enfermedades – fui un niño perpetuamente malito -, alguna de mis malas contestaciones a mi madre, pocas, e incluso alguna que otra pequeña trastada”. Cumplido el trámite, su padre “acompañaba a Baltasar hasta la puerta del pequeñísimo piso en la popular barriada barcelonesa de Pueblo Seco y volvía para verme abrir los regalos”. Continúa escribiendo Giménez que “cumplido todo el ritual, mi padre se iba a deslomar toda la noche sirviendo bebidas en el cabaré Barcelona de Noche, pero feliz por haber visto a su Miguelico disfrutar con todo lo que el Rey Baltasar me había traído. Eso no podía hacerlo de ninguna otra manera, porque el pobre llegaría sobre las cinco o las seis de la madrugada y se desplomaría reventado sobre la cama para dormir apenas cuatro horas, ya que durante el día también trabajaba de camarero en un merendero de la Barceloneta. Con el tiempo, mi padre, el señor Miguel, me reveló que el portero del cabaré, un negrazo cubano de cerca de dos metros llamado Samuel, era, en realidad, el rey negro. A partir de entonces, cuando le llevaba cada noche en una fiambrera el resopón a mi padre, Samuel, es decir, el Rey Baltasar, me acariciaba la cara y, con voz profunda, me decía ‘Miguelico, ¿ya te portas bien?’ a lo que yo siempre le respondía que sí mientras él me guiñaba un ojo con complicidad”. El relato es más largo, pero lo dejo aquí. Para entender aquella época recomiendo leer el blog “El tranvía 48” (sábado, 01-02-2014) donde se hace referencia al cabaret Barcelona de Noche (1936-1990) situado en el número 5 de la calle Tapias, epicentro del Barrio Chino, fundado por el empresario José Márquez Soria, confidente de la Policía y conocido en los bajos fondos como Pep el de la Criolla, y por su amigo Saborit. Márquez Soria fue asesinado el 29 de abril de 1936 a las 5 de la mañana, tras liquidar  el pago a los camareros y continuar su camino hasta su casa, en el número 6 de la calle de Santa Madrona. Ya dentro del portal le dispararon siete veces. Hay quien afirmaba que los asesinos eran cuatro mozos de escuadra vestidos de paisano. La víspera había tenido lugar el asesinato de los hermanos Josep y Miguel Badía  (Miguel, había sido delegado de Orden Público en Barcelona) a manos de cuatro pistoleros de la CNT. En el momento de los asesinatos era Escofet el delegado de Orden Público. Márquez llevaba encima en el momento de su muerte unas joyas y 3.625 pesetas. Tenía 64 años de edad. Continuó con el negocio su viuda, Cayetana Hibraind, anterior copropietaria. El cabaret La Criolla (calle de El Cid, número 10), donde hasta 1935 había trabajado de encargado Márquez, fue destruido el  24 de septiembre de 1938 por una bomba de aviación de los rebeldes.

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