lunes, 24 de enero de 2022

El kimono de la bisabuela

 


Hay muchas cosas que desconozco y que una sobrina cuenta en una entrevista para mi sorpresa. Entre las cosas que cuenta, como digo, hace referencia a un kimono que perteneció a una de mis dos abuelas, no sé a quién de ellas se refiere, si a la nacida en Los Remates de Guane, en la provincia de Pinar del Río (Cuba) en 1876, o a la nacida en San Salvador del Valle (Vizcaya) en 1898, que hoy llaman Valle de Trápaga, donde se encuentra un funicular (el funicular de Larreineta) que une la parte baja de esa localidad en el barrio de  La Escontrilla, (que tal era el nombre de la antigua estación inaugurada en 1926 con la parte alta), con Larreineta, cuatrocientos metros más arriba y con un recorrido de 1,179 kilómetros,  un desnivel de 342 metros y una duración del viaje de 10 minutos. Ese kimono, según afirma en la entrevista, cuenta que alguien (no nombra qué pariente) lo sacó de un baúl, se lo regaló, lo llevó a limpiar a una tintorería, y el tintorero le dijo que aquel kimono era auténtico japonés y que tenía un cierto valor (ignoro si en yenes o euros) por su antigüedad y la delicadeza de su confección. Y ella, mi sobrina, está muy contenta de poseerlo, y se lo pone todas las mañanas cuando se levanta de la cama y se dispone a tomar café. Claro, yo nado en un mar de dudas después de conocer el contenido de aquella entrevista,  donde mi sobrina afirma que su bisabuela por parte de padre, o sea, una de mis abuelas, lo compró en un viaje que hizo al Japón. No salgo de mi asombro ni tampoco puedo preguntárselo a la parte que me toca, es decir, a mis dos abuelas, por estar difuntas. Lo que ya no sé es si en el fondo de aquel baúl (que tal vez sería el de Manolita Chen) se podrían encontrar unos geta (chinelas de madera) o unos zori (sandalias bajas hechas de algodón y cuero), o unos tabi (calcetines tradicionales que separan el dedo pulgar del resto de los dedos para calzar la sandalia). Tampoco sé si en la tintorería habrán tenido el cuidado necesario para mantener en perfecto estado el kimono. Necesita un tratamiento especial, muy costoso y difícil, llamado arai hari. Y para guardarlo es necesario envolverlo en un  papel llamado tatoshi para que no puedan estropearse las puntadas, que allí llaman shitsuke ito. Me consta que mi sobrina tiene una imaginación volandera, lo que le ayuda en el ejercicio de su profesión sobre los escenarios. Pero, en rigor, y de eso puedo dar fe, ninguna de mis dos abuelas, ni Antonia ni Ramona, estuvieron en Asia. Ni los largos viajes eran como ahora ni ellas disponían de la capacidad económica necesaria para tales epopeyas. Como dijo Manolete a Camará, su apoderado, a su regreso de un viaje de América una tarde en la que éste le encontró sombrío: “Mejor se está sin decir ná”. Cierto. Se cuenta que, durante una visita a Calatayud, un bilbilitano tuvo a bien hacerle un comentario a Carlos I, al que su prognatismo mandibular le hacía mantener la boca entreabierta: Cerrad la boca, Majestad, que las moscas de este Reino son traviesas”. Pues eso.

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