lunes, 31 de enero de 2022

Roscones, de pago o de regaliz

 


Está claro que de no existir roscones tampoco existirían tontos del haba, aquellos comensales que encuentran el fruto de esa legumbre dentro del pastel y se ven obligados a tener que pagar el postre. No deja de ser un caso de mala suerte, que le puede ocurrir a cualquiera. Hoy se celebra en Zaragoza la fiesta de san Valero, ventolero y rosconero, aunque su día fue el pasado sábado. Y en fecha tan señalada viene siendo costumbre comer roscón, de pago o de regaliz. El de pago es el que se adquiere en las pastelerías o en los puestos callejeros. El de regaliz es el  trozo de roscón que distribuye de forma gratuita el Ayuntamiento después de haber hecho una larga fila en la plaza del Pilar. Yo, que todavía estoy tomando “almax” para disipar los efectos de acidosis estomacal del pasado día de la Epifanía, por nada del mundo adquiero roscón de pago,  ni hago filas por catar el roscón de regaliz. No me fío de las intenciones del alcalde Azcón, menos aún cuando te regala algo. Por asociación de ideas, me viene a la cabeza aquel cínico eslogan de las cajas de ahorro: “Nunca hubo un interés más desinteresado”. Algunos clientes hasta se lo creyeron y depositaban sus ahorros a cambio de una pastilla de jabón. Al final, muchas cajas se hundieron por culpa de su mala praxis y por estar manejadas por políticos de pacotilla. Otras, se convirtieron en bancos y en la actualidad cobran al cliente hasta por respirar, es decir, por el concepto de “mantenimiento de cuenta” (como si llevasen al hombro un saco de perras gordas); o por “mantenimiento y custodia de acciones” (cuando todos sabemos que los resguardos no existen, que sólo tienen en sus ordenadores deuda anotada). Antes, con los resguardos de acciones que habían dejado de cotizar en Bolsa (pongamos por caso acciones de Los Guindos) podías utilizarlos para forrar biombos. Ahora, ni eso. Estamos condenados a no  jalarnos un rosco, como les sucedía a aquellos madrileños que acudían a la Pradera de San Isidro ilusionados con encontrar el amor de su vida. Era el chico el que por romper el hielo invitaba a una rosquilla la muchacha que acababa de conocer. Si la aceptaba era buena señal, el anzuelo había funcionado. Si no la aceptaba, regresaba de la verbena hecho polvo, sin haberse comido una rosca. No deseo comer roscón, ni pretendo acabar siendo “el tonto del haba”, el “pagafantas” de la fiesta. La suerte, también la desgracia, no es para el que la busca sino para el que la encuentra.

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