sábado, 29 de enero de 2022

Del brasero a la "catalítica"

 

Antonio Burgos nos recuerda hoy en su artículo de ABC de Sevilla -“De la mesa camilla a la regleta”- los peligros que encierra enchufar calentadores a las regletas, que suelen producir cortocircuitos y sus correspondientes sustos por sobrecarga en la red. De paso, hace un elogio nostálgico de las mesas-camilla y de los viejos braseros, que también producían muertes por tufo. Cuenta: “Había una tecnología de la mesa camilla y hasta quien le ponía por dentro con cuerdas como un tendedero para secar la ropa de los niños. Y el carbón, y el cisco picón, y la ceremonia de encender el brasero, con el soplillo de palma, y el cuidado en mantener su sagrado fuego que nos quitaba los tiritones, con la badila para avivar las brasas, a una orden como ritual del ama de casa: ‘¡Niña, echa una firmita a la copa!’. Echar una firma a la copa era apartar las cenizas, pero con mucho cuidado siempre, para no apagar la candela del carbón y el cisco”. Los braseros murieron para siempre el día que abandonamos el pueblo y nos mudamos a una chabola en vertical de la ciudad con calefacción central, o sin calefacción si éramos menos desahogados, y nos ayudábamos con la “catalítica” y una televisión en blanco y negro para poder soportar el crudo invierno en un cuarto de estar templadito. Lo malo venía cuando salías de allí para ir al baño o para dormir. Meterte en la cama era insufrible si no disponías de una buena manta de Palencia, un pijama de franela y de una bolsa de agua. En casa de mis padres fuimos afortunados. Siempre tuvimos calefacción y agua caliente. Me estoy refiriendo a cuando en muchos pueblos de Aragón las viviendas no dispusieron hasta los años 60 de agua corriente ni de cuarto de aseo. La colada de la ropa se practicaba en lavaderos públicos y el agua de boca se transportaba en cántaros desde la única fuente existente en la plaza. Cuando se instaló la red de cañerías todo cambió a mejor. Poder disponer de agua de grifo en las cocinas y usar la ducha fue para muchos ciudadanos casi como el invento de la rueda. Algunos hasta pusieron flamantes cuartos de baño alicatados con baldosas refinadas y con piezas de la mejor loza. De tal modo que cuando ibas de visita a sus casas te los enseñaban con orgullo, como quien presume de tener en su poder un pedazo de la Capilla Sixtina. Y cuando elogiabas la bañera o el moderno bidé con forma de suela de zapato, la dueña de la casa te observaba circunspecta, y te decía: “Quiera Dios que no tengamos que usarlos”.

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