lunes, 10 de enero de 2022

Un brindis famoso

 

Con motivo de la reciente muerte en Colombia del torero Jaime Ostos, Antonio Burgos le hace un elogio-funeral en el diario ABC de Sevilla bajo el epígrafe “El pundonor de Ostos”, donde el periodista señala: “Lo conocí en vísperas de su alternativa, que se la dio Antonio Ordóñez, con Litri como testigo, en la Feria del Pilar de Zaragoza el 13 de octubre de 1956. Creo que lo llevaba entonces Miguel Moreno como apoderado”.(…) “Le acompañó durante más de veinte temporadas, cuando estaba en cabeza del escalafón la cuadrilla con Julio Pérez "Vito", Luis González y Blanquito. En el coche de esa cuadrilla lo acompañó una temporada entera el escritor francés Jean Cau, para vivir sobre realidad lo que habría de ser su libro ‘Las orejas y el rabo’”. Burgos también recuerda la tremenda cogida que sufrió Ostos en Tarazona, donde llegó a recibir el viático y donde salvó la vida milagrosamente gracias al torniquete y a la petición de sangre que en su favor hizo el rejoneador Ángel Peralta. De paso, aprovecha Burgos para recordar las “mordidas que los críticos recibían de los toreros para que hablasen de forma favorable en sus críticas taurinas”. Y Burgos hace un especial hincapié en un crítico concreto, del que no da cuenta de su nombre y al que Ostos dedicó el brindis de un toro en Marbella a finales de los sesenta  durante una corrida televisada. Sólo señala Burgos que se trataba del hombre fue taquígrafo oficial de Franco. Con esos datos, blanco y en botella. Se trataba de Manuel Lozano Sevilla, por aquellos años crítico taurino de Televisión Española, de Radio Nacional de España y de La Vanguardia Española; que, además de sus trabajos bien remunerados, exigía a los toreros dos millones de pesetas por temporada en concepto de publicidad y crítica favorable. Ostos dijo en aquel brindis: “Tengo el gusto de brindar  la muerte de este toro a don Manuel Lozano Sevilla, que es el trincón más grande y más sin vergüenza que hubo jamás en la crítica taurina”.  Casi de inmediato Lozano Sevilla se vio obligado a dimitir de todos sus cargos. En una entrevista posterior a la prensa, señalaba Ostos: “A Lozano Sevilla le pagábamos los toreros del momento dos millones de pesetas por temporada, para que nos pusieran bien. Pero por lo visto al señor le parecía poco y un día apareció el niño, su hijo, que era un chico muy guapo que se pasaba las horas muertas jugando en el casino, y me dijo que su padre quería más dinero. Bueno, dije, a la vuelta de América hablamos. Pero a mi regreso me entero de que la información que había dado de mi temporada americana nada tenía que ver con lo sucedido. A veces incluso ni me nombraba después de cortar las orejas. Así que le hice saber que ni un duro más. Y empezó a darme leña. Esa tarde de la que hablamos, aprovechando que estaban las cámaras de TVE, le dije que si quería dinero de los toreros se pusiera el vestido de torear y que dejara de robarnos. ¡Nos exigía cuatro millones a los de primera fila! Franco lo apartó de inmediato. Lozano Sevilla me interpuso una querella, pero como tenía pruebas gané el juicio”.

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