miércoles, 12 de enero de 2022

Un invento desafortunado

 



E
xisten determinados inventos que en vez de facilitar las cosas crean problemas de muy difícil manejo. Al menos yo así lo entiendo.  Y eso me ocurre con algunas latas de conserva y con cierta frecuencia. Me atrevo a hacer bueno aquello de la letra de la canción-zambra de Rafael de León y que cantaba Pepe Pinto a una tal María Manuela en  “Trigo limpio”: “Que yo te prefiero antigua/ que lo antiguo vale siempre”. Reconozco que ahí el marido de La Niña de los Peines cambió algo letra, quizás por exigencias de la censura. Los versos originales decían: “Que yo te prefiero antigua/ y oliendo a mujer decente”. Pero a lo que iba, morena. Antes, las latas de conservas iban provistas de una lengüeta a la que se aplicaba una llave de alambre con ranura. Pero la modernidad consiguió que aquellas lengüetas y llaves de ranura fuesen sustituidas por una argolla, como si en vez de pretender abrir una lata soltaras el mecanismo de una granada de mano. Las consecuencias desfavorables de ese discutible invento dieron lugar a  que la mayoría de las veces sucedieran algunas de esas cuatro cosas: que se desprendiese la argolla de la lata y te quedases con ella en el dedo; que no tuvieses la fuerza suficiente para que la lata se abriera;  que te cortases en una de las manos; o que con el tirón necesario te mancharas la camisa. Claro, si la lata era de berberechos el desastre se arreglaba en la lavadora, pero si la lata era de mejillones en salsa armoricana o de fabada de Tapia de Casariego te desgraciabas la camisa para siempre. En resumidas cuentas: un invento desafortunado. Menos mal que yo tengo el mejor recurso para tales menesteres con el abrelatas “El explorador español”, aquel invento del lucense José Valle Armesto,  patentado en Gijón en 1906. A otros con menos méritos les concedieron medallas, les nominaron con calles y hasta los pusieron en los sellos de Correos y en los billetes de banco. Por cierto, la salsa armoricana (mal llamada americana) fue inventada por el cocinero bretón Pierre Fraisse, cuando en cierta ocasión y a falta de otros ingredientes echó en una cazuela mantequilla, algo de aceite, tomates, ajo picado y una buena dosis de coñac para ser volcado todo ello sobre unos mariscos. Armórica es un nombre antiguo referido a Bretaña y, al parecer, surgió la confusión cuando Fraisse, nativo de Armórica (litoral de Normandía), emigró a América. Pasado el tiempo aparecieron otras versiones de esa salsa merced al gran cocinero Auguste Escoffier, que le añadió ciertos matices.

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