miércoles, 16 de febrero de 2022

Picaresca carpetovetónica

Dice Juanmi Vega Rosa, en un artículo corto aunque interesante de El Correo de Andalucía que “lo ejemplar no es el país, son las personas que lo forman”  al hacer referencia a un tipo de su barrio que le llama mucho la atención. Cuenta: “Todos los días lo veo a primera hora pedir su vasito de anís y su café en el bar de al lado. Entra en el estanco y se compra un par de cajetillas de tabaco. Tras estas dos cosas, el hombre marcha a su lugar de trabajo a hacer sus ‘ñapas’. Sobre medio día está ya con su cerveza. Si la cosa se encarta, empalma con los cubatas de la tarde”. Bueno, uno puede hacer con su vida lo que más desee. Pero lo que más le impresionó al articulista fue encontrárselo un día saliendo del comedor social San Juan de Dios cargado con bolsas de comida. Lo que más le indigna a Juanmi Vega es que alguien que se gasta diariamente 30 o 40 euros en vicios no los utilice para darse un paseo por el supermercado, pasarse por caja y pagar algo que pueda más tarde llevarse a la boca. Ese tipo, supongo, gasta su dinero en bares sabedor de que el problema de poder comer lo tiene, merced a la caridad de otros ciudadanos, de alguna manera resuelto. Ese tipo practica la nueva modalidad de la sopa de conventos, también llamado bodrio, o sopa de peregrinos, o sopa boba, que era un batiburrillo de sobras del refectorio que se repartía a los pobres que acudían a la puerta de las abadías. También se llamaba de esa guisa a los restos no consumidos por los comensales del menú diario de una posada, que se les daba en el siglo XIII a los llamados sopistas a cambio de que éstos recitaran alguna trova. Entre aquellos guisos monacales estuvo la llamada “sopa priora”, según consta en la página 37 del libro “La cocina del monasterio” (Plaza&Janés, 2009) de Antxon Urrusolo. Sobre ese libro existe una recensión interesante de Isidro Sierra Alfranca en un discurso de doce páginas pronunciado por éste en la Academia Aragonesa de Gastronomía en abril  de 2012.  Por ejemplo, para cuatro raciones de “sopa priora” se necesitan 2 huevos, 1/2 cebolla, 2 dientes de ajo, pan duro,  aceite, 1 hoja de laurel, agua y sal. Para su preparación, en una cazuela se doran la cebolla y los ajos picados en aceite caliente. Se agrega agua, laurel y sal. Se deja hervir. En plena ebullición, se añade el pan desmigado y los huevos batidos durante  tres minutos. Después, se deja reposar antes de servir. En sopas, los frailes fueron expertos. De hecho, existe un refrán que dice: “Mejor que conde o duque, ser fraile en Guadalupe”. Se sabe que los jerónimos de Guadalupe fueron los primeros en introducir en su cocina lo “exótico” (tomates, pimientos, patatas, cayena, pimentón, maíz, el cacao, pavo, aguacate, cacahuetes, piña,  vainilla, café, etcétera) recién traído desde el Nuevo Mundo, primero por Colón y más tarde por los conquistadores extremeños.  José Luis Perales, en la letra de su canción “Y ¿cómo es él?” dice: “¿A qué dedica el tiempo libre? Es un ladrón que me ha robado todo”. Algo parecido acontece cuando el tipo alcoholizado al que hace referencia Juanmi Vega barre para su casa desde el comedor social lo que demandaría otro ciudadano menesteroso y con familia a su cargo. Es la nueva modalidad de picaresca carpetovetónica, la que carece de empatía, la que sacude con tralla de arreo al que está carente de recursos para transitar sobre la incierta luz de cada jornada.


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