sábado, 5 de febrero de 2022

Vagas claridades malvas...

 


Hoy, 5 de febrero, día en el que la Iglesia celebra la festividad de santa Águeda, me he acordado de la dedicatoria que hizo Juan Ramón Jiménez de su libro “Platero y yo”: “A la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol que me mandaba moras y claveles”. La antigua calle del Sol, en Moguer, se llama ahora calle Rábida. Y allí se encuentra una escultura dedicada a Aguedilla, obra de la escultora Monika Rasco. También existe un azulejo en esa misma calle que reza: Aquí vivía Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol que mandaba al poeta moras y claveles”. Pero no es el único azulejo existente en Moguer que recuerda al poeta. Existen otros: en la calle Castillo, que hace referencia a la  antigua Plaza de Toros de Moguer, sobre la que señala Juan Ramón: “que se quemó, yo no sé cuándo”. Otro azulejo, junto al convento de san Francisco y plaza del mismo nombre, hace referencia a Granadilla, la hija del sacristán: “Es de la calle del Coral. Cuando vienen algún día a casa, deja la cocina vibrando de su viva charla gráfica. Las criadas, que son una de la Friseta, otra del Monturrio, otra de los Hornos, la oyen embobadas…”; otro azulejo, en la calle de la Ribera, donde puede leerse: Aquí, en esta casa grande, hoy cuartel de la Guardia Civil, nací yo, Platero. ¡Cómo me gustaba de niño y qué rico me parecía este pobre balcón, mudéjar a lo maestro Garfia, con sus estrellas de cristales de colores!”.  En la calle sor Ángela de la Cruz (entonces llamada Aceña) hay otro azulejo, que dice: “Desde la calle de la Aceña, Platero, Moguer es otro pueblo”. En la Plaza del Marqués existe otro azulejo: “Aquí en esta esquina instalaba Ramona, la castañera de la Plaza del Marqués, su puchero de castañas que rojeaban un fuego vivo”… Y así, hasta una veintena de azulejos hay sembrados por todas las calles de Moguer. Además de ello, existe una estatua en bronce desde 2007 situado en la Plaza del Cabildo, obra del escultor Elías Rodríguez Picón. No quisiera despedirme hoy del lector sin recordar aquello de “la noche cae, brumosa ya y morada. Vagas claridades malvas y verdes perduran tras la torre de la iglesia. El camino sube, lleno de sombras, de campanillas, de fragancia de hierba, de canciones, de cansancio y de anhelo”.

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