domingo, 20 de febrero de 2022

Estoque de cruceta

 


Recuerdo que por aquellos días, creo que era mayo del 92, decían que había cerrado El Plata  temporalmente, por obras. ¡Unas obras que duraron 16 años! Fue como el acierto en el descabello con el estoque de cruceta en la cérvix del toro mansurrón; una pena que no pudiese ser fosilizado, como el caballito de cartón de mi niñez, el escenario con palmera donde don Julio tocaba el piano y donde cantaban ligeras de ropa Conchita Lucero, Christa, Marga Castillo y Mary de Lys. Ellas, las cuatro, fueron las que actuaron en la última noche morada. El cierre temporal de El Plata, que tanto gustaba a Jaume Sisa cuando se acercaba por Zaragoza, fue como un golpe de ataúd en tierra, como el descabello al desecho de tienta. El estoque de cruceta fue, también, una medida necesaria después de lo ocurrido en La Coruña el 6 de agosto de 1934, cuando Juan Belmonte, al intentar descabellar con el estoque de matar lo perdió al revolverse el toro y el estoque salió despedido y se clavó en el espectador que ocupaba el asiento 34 de la fila sexta del tendido 1. Se trataba de Cándido Roig Roura, que entonces contaba 36 años y era concejal del Ayuntamiento de Noya. Murió al poco rato. El escenario de El Plata quedó silente demasiado tiempo. Desde los “bailes-taxi” de la Segunda República hasta entonces,  con las canciones pícaras y la alegría de los “viejos-verdes” de las primeras mesas de velador, todos hicimos cultura en unos tiempos en los que sólo se educaba el vientre merced al Laxen-Busto. Siempre, como último recurso, nos quedaría la voz de Gardel: “Araca, corazón, cállate un poco/ y escucha por favor este chamuyo”. Araca en lunfardo equivale a aviso de peligro. Primero fueron los cafés, suplantados por oficinas bancarias, más tarde arrinconaron a los tranvías, que fueron a recogerse donde se refugiaba la vieja barca del tío Toni. De nada sirve la nostalgia. Ser cliente fijo de cafetines con animadora, pretender beber agua del frasco con tapa de baquelita, o buscar en cada rincón del mostrador la escupidera de loza de Talavera,  no conduce a nada con futuro. El Tubo a partir de entonces perdió parte de su esplín y quedó, como dijo Neruda, “un olor y un rumor de buque viejo, de podridas maderas y hierros averiados”. Sólo nos quedó, aunque a la intemperie, Serafina, la cerillera, ofreciendo al peatón cajetillas de tabaco rubio americano. ¡Ay, Neruda, cómo lastima la piedra en el zapato! De la fuente de los placeres siempre brota no se sabe qué amargura.

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