sábado, 19 de febrero de 2022

Proclo, maquinista de locomotora

 


En la barra de bar se habla de muchas cosas. Mi amigo Proclo, maquinista de locomotora, entre copa y copa de Anís Las Cadenas, de finísimo paladar, me contó poco antes de que se cerrase la noche lo que en cierta ocasión le sucedió a un perrito ratonero de Olías del Rey, en la provincia de Toledo. Parece ser que hubo dos bodas casi simultáneas, una en aquel pueblo, y otra en el próximo, Cabañas, y que el canecillo, agudo y tripero, imaginó como jornada de gran   festín. Lo mejor será -parece ser que intuyó el amable animalito- acudir primero al banquete de Cabañas, para más tarde salir tarifando hasta el festín de Olías. Pero se entretuvo con una perrita que encontró por el camino. Cuando llegó a Cabañas ya se había terminado la fiesta. Entonces, regresó con prisa a su pueblo de origen y le sucedió lo mismo que en el anterior. Yo siempre escuchaba complacido a Proclo, apoyados ambos en la barra de la cantina La Estación, servicio esmerado, habitaciones a pupilaje, donde se proporcionaba hielo en bloque en julio y agosto y se prestaba saco y gancho de estiba para su transporte. Su conversación resultaba amena. Más tarde nos separábamos. Yo, a casa; Proclo, que ya portaba su cestilla cuadrada de mimbre con comida y se había embutido en su chaquetón tres cuartos de cuero zapador, a hacer la trocha hasta Valladolid-Campo Grande. En Alentisque-Cabanillas, ya entre dos luces, cuando asomó en el andén el factor de noche con el farol en verde para ordenarle la salida, Proclo le hizo entrega de un envoltorio que contenía unas medias de cristal con costura trasera que le había encomendado adquirir la mujer del jefe de Estación, doña Cruz, en la corsetería La Suprema, en la calle de Cerdán, cerca del Mercado. Proclo no era hombre al que le gustase el relumbrón,  era complaciente y tenía buena disposición para agradar a las señoras en la medida de lo posible.  

No hay comentarios: