sábado, 7 de octubre de 2023

El regreso a la batamanta

 

Hay días que te encuentras cansado, enciendes el televisor y te da igual de que canal se trate. Necesitas sentirte acompañado y lo de menos es que pongan una película de indios, de piratas,o la acaramenlada película “Mary Poppins”, donde aparecen en pantalla un padre banquero, una madre sufragista, dos niños rebeldes y una extravagante institutriz; o que ese momento coincida con una interminable serie de anuncios dirigidos a la gente mayor, en los que, como cuenta hoy Ramón Reig en un excelente artículo en El Correo de Andalucía, “muestran un chisme de esos para subir sentado las escaleras, trompetillas modernas para la sordera, artilugios para mover las piernas sin levantarme del sofá, ungüentos para combatir o disimular lo irremediable, sillones movibles de los que se alzan y descienden a voluntad…”. Enseguida descubres que estás frente a la televisión de los obispos, donde las películas son rancias, los informativos tendenciosos, y los anuncios se enfocan a las personas mayores, llenas de achaques, una estupenda jubilación y mucho miedo a morirse. Esos sillones que ascienden y descienden a voluntad no suelen verse en las casas de los pobres, que se conforman con ver la tele alrededor de una mesa camilla, de aquellas que en su parte superior se cubría con un  hule con un mapa de España y en la parte inferior disponían de un agujero para colocar un brasero. En las casas de los pobres, digo, no hay calefacción y se sigue utilizando la estufa “catalítica” que funciona con gas butano. Pero hasta la energía se ha puesto por las nubes. Este invierno muchos ciudadanos de pocos recursos volverán a ponerse la batamanta provista de capucha y cremallera para ver la tele y, también, unos anuncios donde se ofertan -como bien señala Reig- “joyas y bisutería de alto copete que se pagan a diez euros por mes sin especificar cuántos años y si el capricho de los abuelos van a tener que terminar de pagar unos hijos y nietos”.

 

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