jueves, 5 de octubre de 2023

Ron quinquina con hielo

 


Ya he podido ver turrones dispuestos para su venta en los supermercados de Zaragoza. Día llegará que los veremos antes de la siega de la mies. Para mí, los turrones, los mazapanes y los polvorones nunca estuvieron entre mis prioridades actuales ni lo estuvieron nunca. Las navidades se limitan en mi caso a una cena con hijos y nietos en Nochebuena y poco más. Jamás asistí a un cotillón en Nochevieja ni soplé un matasuegras ni canté un villancico. Tampoco coloco nacimiento ni pino que no es pino ni espumillones ni acostumbro a beber una copa de cava que no sea un brut nature, catalán por supuesto, y de una aceptable calidad. Las navidades son, además de la antesala de subidas de precios generalizadas desde el primero de enero, un  trastorno social. Los ayuntamientos colocan iluminación en las calles para que la gente salga de su escondrijo y gaste lo que no tiene. Pero los sicólogos coinciden en que las celebraciones de fin de año aumentan los niveles de estrés y ansiedad. Es el famoso síndrome de Grinch, que toma su nombre de un cuento popular donde un duende roba la fiesta. No hay nada peor que las reuniones familiares y las celebraciones “obligadas” donde siempre aparece un odioso personaje en forma de cuñado sabelotodo que se pasa la comida  contando chistes ramplones, o haciendo elogios del  sistema educativo finlandés, o explicando a los presentes para qué sirve un catalizador, o por qué su madre le inscribió como “caballero del Pilar” al poco de nacer, o las ventajas que conlleva frotar el cuero cabelludo con ron quinquina, de Crusellas. Y escuchándole te entra somnolencia y permaneces silente toda la cena con la esperanza puesta en que ese plomizo personaje se marche cuanto antes y te deje en paz, o pensando en cómo prepararle un ron quinquina con hielo y angostura por ver si revienta.

 

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