sábado, 28 de octubre de 2023

Fíate de la Virgen y no corras...

 


Aunque parezca increíble, todavía existen pardillos que entienden que deben fiarse de aquellos sinvergüenzas que utilizan su supuesta condición de aristócrata para crear una apariencia de solvencia, seriedad y profesionalidad consistente en mostrar que cuentan con relaciones al más alto nivel y una elevada formación. ¿Desde cuándo hay que fiarse de un aristócrata? Nunca. ¿Y de un supuesto aristócrata? Menos aún. Por Palma de Mallorca circulaba a sus anchas una mujer que se hacía llamar princesa de Höhenlohe consorte, al estar casada con un alemán, Jürgen Ludwig Prinzessin zu Höhenlohe, que decía ostentar el título nobiliario, captando inversores que les iba a generar grandes beneficios. Sí, claro, pero beneficios para ella, que había puesto en marcha una estafa piramidal con las falsas empresas European Investment  y Balearic Island Investment. Según parece, entre las más perjudicadas fueron las dueñas de un restaurante de Palma de Mallorca. Por falta de liquidez en su negocio pidieron a la estafadora Beatriz Delgado un préstamo de 600.000 euros poniendo la finca del restaurante y sus viviendas como aval. Delgado se quedó parte del dinero y el prestamista reclamó judicialmente la ejecución de la hipoteca, por lo que las víctimas perdieron todos los inmuebles.  Las falsas princesas abundan como setas en los pinares después de la lluvia. Me viene a la cabeza la falsa princesa Corinna Larsen, que se hizo llamar Alteza Serenísima Princesa Sayn-Wittgenstein durante 14 años (hasta que se cruzó en el camino de su marido la modelo Alana Bunte) y “que llevó al traste el enorme caudal de aceptación de que había gozado Juan Carlos I”, como reconoció Tom Burms Marañón, nieto de Gregorio Marañón en su libro “La monarquía necesaria” (Barcelona, Planeta, 2007, pág.14). Aquí ya tuvimos un Leopoldo Höhenlohe que fue candidato al Trono de España junto al eterno conspirador Antonio de Orleans y al duque de Aosta, que finalmente resultó ganador al ser el mayor votado. Los españoles, muy dados al chascarrillo, no podían  pronunciar el raro nombre del candidato Hohenzollern-Sigmaringen, a quien denominaron como “Olé Olé, si me eligen”.

 

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