Bueno, pues parece que con el fin
de marzo también se acaban los actos procesionales y esa fiebre mística que les
entra a los españoles con la primera luna llena en el equinoccio de primavera.
Ahora toca apagar velas, recoger capirotes, que son terceroles en estado de
erección, hábitos penitenciales de todos los gustos y colores, faroles, velas,
hisopos, tambores, clarines y peanas alusivas a la Pasión hasta otro año, Dios
mediante. Lo que ya no sabemos es si también deberemos plegar los paraguas y
recoger los chubasqueros. Por Aragón se cuenta que la crecida de los ríos ha
podido servir para que disminuya la incidencia de la mosca negra, ese díptero
de cuerpo bruno y alas albas mucho más pequeño que la mosca común pero con una
mala uva tremenda en el entorno del “enoturismo” peatonal de riberas. Muerden
las pantorrillas al punto de la mañana y a la caída de la tarde. Al mediodía
echan la siesta un par de horitas. Y luego, ¡hala!, a seguir con la faenica de mordisquear.
Lo que ya no sabemos es si esas inundaciones también habrán empequeñecido los “protectorados” de mosquitos-tigre,
que llegaron a España en 2004 procedentes de Asia dentro de unas figurillas del
“todo a cien” y que ya han conquistado el litoral mediterráneo y el valle del
Ebro. Se dedican a martirizar a los turistas a base de picotazos. José Manuel
Soria, que es el ministro responsable del turismo, ya que no es capaz de
explicarnos el galimatías del recibo de la luz para que podamos entenderlo, debería,
al menos, confeccionar un padrón de mosquitos-tigre para tenerlos debidamente fichados
y, de esa guisa, poder expulsar de nuestro solar patrio a aquellos mosquitos-tigre
que se pusieran muy pesados picando a los turistas, que buscan sol y playa y
que terminan por tomar el primer avión
de vuelta pálidos y llenos de habones.
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