Sobre pecados y delitos
En su libro “Sobre el cielo y la Tierra”, Jorge Mario
Bergoglio, en su diálogo con el rabino Abraham Skorka, afirma que “explotar una
industria y llevarse el dinero fuera es pecado”. Bueno, lo que para el Papa
Francisco constituye pecado, no sabemos si mortal o venial, para el común de
los ciudadanos es un delito tipificado en el Código Penal. El pecado, según
decía el catecismo Astete, se redime con la confesión; el delito, con la
cárcel. No cabe duda de que a los “doctores” de la Iglesia Católica les
corresponde señalar qué es pecado, pero que en modo alguno están habilitados
para juzgar qué constituye delito. Para esa labor dispone el Estado de jueces y
magistrados. Y algo parecido a lo que aquí manifiesto le dijo en abril de 2009
la entonces ministra de Igualdad, Bibiana Aído, al cardenal Rouco Varela horas
después de que este príncipe de la
Iglesia lanzase a los cuatro vientos que “el aborto
voluntario ensucia la democracia”. Ya en una sentencia del Tribunal
Constitucional se dejó claro que “la Constitución impide que los valores o intereses
religiosos se erijan en parámetros para medir la legitimidad o justicia de las
normas y actos de los poderes públicos. Es lo que inexorablemente se produce
cuando se identifican delito y pecado”. Y eso mismo se lo recordó el T.C. a
Dionisio Llamazares, director general de
Asuntos Religiosos entre 1991 y 1993 y catedrático emérito de Derecho Eclesiástico
del Estado en la Universidad
Complutense. Existe una entrevista donde a Llamazares le
pidieron opinión sobre las “injerencias” de la Iglesia Católica en asuntos
públicos. (Inés Gallastegui, “Ideal” de Granada, 3-4-08). Y éste respondió: “En virtud del
principio de libertad de expresión todos los ciudadanos, y los obispos son
ciudadanos españoles, están perfectamente legitimados para rechazar la
eutanasia o el matrimonio homosexual. Lo que no es de recibo es que cuestionen
la legitimidad del Parlamento para dictar leyes que no se acomodan a una moral
concreta, la suya. Pretender imponer a todos esa moral particular supone una
violación flagrante del principio de libertad de conciencia de los que no la
comparten”. En resumidas cuentas: pecar es ofender a Dios; delinquir es cometer
un delito. La diferencia entre ‘pecado’ y ‘delito’ es una de las tres principales
características del laicismo, como señala Fernando Savater en “La vida eterna”,
ensayo que recomiendo.
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