En este país, de tanto hablar de
Bárcenas y de los beneficios de Juan Roig, donde a los clientes de Mercadona se
les llama “nuestros jefes”, se nos está olvidando charlar de lo cotidiano, es
decir, de esos asuntos de los que se conversaba en un alarde de hablar por no
callar y de esos tópicos añadidos como guinda de pastel con los que se
aderezaban las pláticas para hacerlas más aceptables y llevaderas. Mangantes
siempre los ha habido, tanto ahora como en la época del “No-Do”, cuando las
empresas importantes eran del INI, cuando Santiago Foncillas siempre andaba de
por medio y donde se inauguraban pantanos y pueblos de colonización a mayor
gloria de Franco. La corrupción política no se explicaba ni se debatía por razones obvias en un régimen
totalitario. Todo lo más, se nos permitía criticar los retrasos de los trenes,
los posibles errores en un regate de Gento, o el escandaloso “striptease” de
Rita Hayworth en “Gilda”, con la sensual escena del guante. Al
año siguiente de aquel rodaje de Vídor, o sea, en 1947, apareció por Barajas la
reencarnación de la idealizada Gilda personificada en la madre de todos los
descamisados, Eva Duarte, que llegaba a España para deslumbrarnos con su
belleza y sus abalorios, concedernos un crédito de 350 millones de dólares a bajo interés y
colocarnos los excedentes argentinos de trigo, maíz y carne congelada. Más
tarde aparecería el “vente a Alemania, Pepe”. Como nos recordaba Juan Eslava, “El Corte Inglés ofrecía el ‘ajuar completo
del emigrante’ de acuerdo con las exigencias teutonas, que comprendían (además
de estar sanos y libres de obligaciones durante la duración del contrato)
llevar en la maleta lo siguiente: cuatro pares de calcetines, un par de
calzoncillos y camisetas, tres camisas, dos pares de pañuelos, dos toallas, un
traje, un pantalón, un jersey de lana, un abrigo, un par de botas, una bufanda,
un gorro y los útiles de afeitar”. Los españoles de hoy nos hemos quedado con
la peana pero sin el santo de cabecera, hemos perdido las referencias de los
ídolos y las escarpias en las que asirnos
cuando las cosas van mal. Los jubilados pagan las medicinas en las farmacias y la Seguridad Social,
que era lo poco útil que quedaba libre de toda sospecha al servicio del pobre,
se está privatizando porque se ha descubierto que en la enfermedad ajena hay un
nicho de negocio. Nos queda poder ir los lunes a rezar a San Nicolás, que
cuentan que es muy milagrero, pero necesitamos salir de la indolencia y
quitarnos de encima cuanto antes a un
Gobierno que no cumple lo que promete y vergonzosamente genuflexo ante
los dictados de Merkel.
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