Aquí hemos fracasado todos, y
cuando un Estado no funciona, el Jefe del Estado debería ser consciente de ese
fiasco y poner pies en polvorosa. José Oneto señala hoy en “República.com” que
hay tres millones de pobres al borde de la exclusión social, “el 21,8% de los
españoles vive en pobreza relativa -en 2008 la tasa estaba en 19,6%-. Son 10
millones de personas”. Ante este estado de calamidad, los españoles no podemos
permanecer indiferentes. De nada sirve que el Gobierno que preside Rajoy cuente
un día sí y otro también que a final de año se verán los primeros brotes
verdes. Esa milonga ya no se la cree nadie. Ahora, por ejemplo, con el caso de
los “ERE” de Andalucía donde el fraude es evidente, se intenta echar tinta de
calamar sobre el caso Bárcenas, la trama Gürtel (donde la Fiscalía ya ha encontrado
cuatro vínculos entre esa trama y la contabilidad del PP), el caso Urdangarín, el feo negocio bancario de
las “preferentes”, el drama de los desahucios (46.408 en el año 2012) y el caso
de la falsa princesa Corinna, que no termina de estar claro para el común de
los mortales. Lo que más le molesta al ciudadano es que no haya ejemplaridad.
¿Por qué no se llama a declarar a la infanta Cristina? ¿Ha usurpado Corinna
funciones públicas? ¿Por qué no hay ningún banquero en la cárcel tras el
comportamiento abusivo de determinados bancos? ¿Por qué no nos dicen que la
mitad de las aguas en España están contaminadas? Juan José Millás cuenta hoy en
“El País”: “Al principio no éramos Grecia, luego no fuimos Islandia, ni
Portugal, ni Italia. Ahora resulta que no somos Chipre, menos mal. Me pregunto
cuánto tiempo nos falta para que no seamos España”. Insisto, a mi entender, cuando
el Estado no funciona, el Jefe del Estado debería reconocer su fracaso, que es
el fracaso de todos nosotros, y marcharse, eso sí, con el billete de ida pagado
hasta Cartagena.
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