En el Congreso de los Diputados
se presentaba el libro “Los retos de Europa”, publicado por la Fundación Sistema,
y Alfonso Guerra, presidente de la
Comisión de Presupuestos, aprovechó para marcar unas pautas a
modo de salvavidas tendentes a disminuir el paro en España. Dijo Guerra que “hay que poner fin a esa espiral absurda que se crea
cuando un joven no encuentra un empleo estable hasta los 30, los mayores de 55 son despedidos y
sustituidos por trabajadores más jóvenes con menor salario y, a la vez, se
exige más tiempo de cotización para acceder a una pensión”. De paso, aprovechó para recordar unas palabras
atribuidas a Roosevelt: “Ser gobernado por el dinero organizado es tan
peligroso como ser gobernado por el crimen organizado”. Para Guerra sólo hay un
modo de salir de la crisis laboral, consistente en reducir la jornada a 32
horas en cuatro días. Eso, dicho así, parece a todas luces inviable, pero ni los eurodiputados en Bruselas ni los parlamentarios
en las Cámaras ni los concejales en los ayuntamientos dedican más de ese tiempo
a su trabajo, salvo honrosas excepciones. Los españoles no somos calvinistas,
que ponen todo el énfasis en posponer las gratificaciones terrenales, lo que
conduce a un particular ánimo hacia el
ahorro. No, ni mucho menos. Los españoles, con pensamiento escolástico,
entendemos que lo más importante es el consumo, el consumidor, como objetivo
del trabajo y la producción. Y si a ello añadimos las desafortunadas
declaraciones que Magdalena Álvarez hizo
en pleno ejercicio de su ministerio (por cierto, hoy imputada por los ERE de
Andalucía) “aclarando” que “el dinero público no es de nadie”, nos encontramos
con la fórmula perfecta para que todo se vaya al carajo de la vela. Como así ha
sido. Pretender que consumamos cuando nos suben los impuestos y nos reducen los
salarios es como pretender que donemos medio litro de sangre de forma altruista
y, seguidamente, que participemos en un maratón
a pleno sol por las calles de Madrid. La foto en las verdes campiñas de
FAES con Rajoy y Aznar sentados en una mesa de velador, mientras en la cárcel
de Soto del Real Bárcenas busca la manta para tirar de ella como si en eso le
fuera la vida, nos tiene a todos expectantes. Rajoy y Aznar asemejan al cliente
de un balneario intercambiando impresiones con su psicoterapeuta. Lo malo
vendrá cuando Rajoy se quede sentado en una silla en medio de la playa,
chorreando el tiente de su pelo por las sienes, como Gustav von Aschenbach (Dirk Bogarde) en “Muerte en Venecia”. Y de fondo, la música de
Mahler que tanto agrada a Alfonso Guerra.
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