En su artículo de hoy en ABC de
Sevilla, Antonio Burgos, genial como siempre, hace referencia al escaparate de
Galán, en la sevillana calle de Sagasta número 5, que se fundó el mismo año que
el ABC, aunque ahora digan los actuales propietarios que se fundó en 1903.
Bueno, es verdad pero a medias. Don
Torcuato Luca de Tena y Álvarez de Ossorio lo fundó en 1903 como semanario,
hasta que el 16 de junio de ese año pasaría a ser bisemanario y no sería
periódico diario hasta el 1 de junio de 1905. Aunque, todo hay que decirlo, el
ABC de Madrid tuvo un padre, que nació en Barcelona el 1 de enero de 1881 y que
no fue diario hasta el 1 de junio de 1883, y un nieto, el ABC de Sevilla, que
vino al mundo el 12 de octubre de 1929. Y dicho eso, vuelvo con “El recuadro”
de Antonio Burgos. Escribe: “Todos, y me apunto el primero, nos vestimos ya en
verano como si la orilla de la playa estuviera en La Campana. Con la calor
nos vestimos ahora en Sevilla como se ponía antes la gente para veranear en
Chipiona y en Mazagón. Lo de ir descamisados es lo de menos. Lo de más, la
mugre ambiente de las chanclas, los pantalones piratas, las camisetas de
tirantas, los peludos sobacos al aire. ¿Y las niñitas y niñatas, con esos
pantaloncitos así como vaqueros, tan cortos que la camiseta que llevan por
fuera es más larga que el pantalón, que casi les deja las nalgas fuera de
cobertura? Con decir que un señor con un buen pantalón con raya y una camisa de
manga larga limpia y planchada va ya como si fuese de etiqueta...”. Bueno, eso
acontece en toda España. En Zaragoza, donde yo resido, sólo van de traje,
quiero decir de traje negro y corbata verde, los vendedores de “Tecnocasa”, los
jóvenes de esa empresa de compra-venta de pisos y locales que lo tienen más
crudo que esa comida japonesa del sushi, el sashimi y las ensaladas de algas.
Los ancianos van de chándal, los padres de familia de vaquero y camiseta
reivindicativa de algo y los jóvenes, unos en chancletas, camiseta de tirantes
y pantalón parecido al que se puso Manuel Fraga en Palomares cuando aquello de
la bomba; y, otros, vestidos de negro, como esos camareros a los que ahora les
da por ir fuliginosos, o las hijas de Zapatero cuando fueron de turismo a la Casa Blanca. Pero lo de Fraga tenía explicación puesto que
era para meterse en el agua, pero lo de los jóvenes no, que no se mojan los
pies ni cuando llueve. Y en todos ellos, viejos, hombres de mediana edad y
jóvenes, existe un denominador común: una bandolera cruzada de lado a lado de
su cuerpo como aquel correaje que llevaban los guardias civiles de una sola
cincha para que no pudieran ir de medio
lado portando el pesado “nueve largo”.
Un guardia civil de entonces, sin ese talabarte cruzado, hubiese sido lo más
parecido a un camión con el “cervi” roto. La
“Galán Camisería” sevillana se da
un aire a la zaragozana “La
Bayonesa”, situada en el número 74 de la calle César Augusto,
o al primer “Reija”, el establecido en su día en el Paseo de la Independencia por
Severino Reija, un futbolista gallego que antes de establecerse con éxito había
jugado diez temporadas en el Real Zaragoza. Los niños de hoy no entenderían
aquellas viñetas del “TBO” de mi infancia, donde se veía a un sastre por la calle
persiguiendo al cliente para que le pagase, como no entenderían lo del pollo de
Carpanta. Hoy los chavales creen que los pollos asados de “El Corte
Inglés” corren desplumados por las calles de los pueblos. Lo de los sastres es
peor. Ellos murieron para siempre cuando Yves Saint Laurent inventó el “prêt-à-porter”. Bueno, queda alguno de triste
recuerdo, como José Tomás, no el torero sino el tipo aquel que aseguró en su
día que los trajes de lujo que regalaba a políticos valencianos
eran pagados por “Orange Market” con billetes de 500 euros. Salvo ellos, los
presuntos políticos
de la horchata, la mascletá y el atavío fetén, el resto viste en los mercadillos,
esos que se plantan a la intemperie de diez a catorce los miércoles y domingos.
¿Cómo se ha podido llegar a este estado de cosas? La respuesta, quizás, habría que encontrarla
en una anécdota muy ilustrativa. Resulta que un banderillero de Juan Belmonte, Joaquín Miranda, el mediocre banderillero
sevillano nacido en Triana en 1894 que había trabajado a las órdenes de Maera,
Algabeño y Marcial Lalanda, después de la guerra ocupó el cargo de gobernador
civil de la provincia de Huelva. Dado su cargo político le tocó presidir un
festival benéfico al que asistía Belmonte con un amigo que no sabía nada de
tauromaquia. El amigo acompañante de Belmonte había oído algo sobre la biografía
de ese gobernador civil pero no sabía dónde. El caso es que, mosqueado al verlo
en el palco presidencial, no pudo por menos que preguntarle a Belmonte: “Don
Juan, ¿es verdad que este señor gobernador ha sido banderillero suyo?”.
Belmonte le respondió: “Sí”. Y el amigo insistió: “Don Juan, ¿y cómo se
puede llegar de banderillero de Belmonte a gobernador?”. Entonces, Belmonte,
con su habitual tartamudeo, le respondió: "¿Po… po… po cómo va a sé? ¡De… de… degenerando…!”. Otro día, con más
tiempo, es posible que escriba sobre ese tal Joaquín Miranda González, que
resultó ser lo peor de lo peor.
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