Me parece importante la labor que
“Pingo´s Market” cumple en beneficio del Centro de Rehabilitación y Apoyo
Psicosocial de la Fundación Rey
Ardid en colaboración con el Ayuntamiento de Calatayud. Y me parece significativo
por lo que tiene de altruista. Lamento no poder estar estos días en la Plaza del Fuerte dada mi
afición por los cachivaches viejunos. Hasta, quien sabe, podría haber
encontrado un lapicero a medio uso del excelente dibujante Melendo, la plancha
de cocina de “Magritas”, un bote de betún de “El Chava”, unos azucarillos para
el café del viejo “El Pavón”, un viejo futbolín del Bar Furniés y hasta algún
frasco de licor “Monasterio de Piedra”, de la botillería de Casa Esteve. Todo
se ha ido escapando de mis manos del adolescente que un día fui como el
polvillo de mariposa de entre los dedos. En el Paseo, recuerdo que había un
bar, el Bar Cortijo, donde uno de aquellos camareros de barra, tal vez fuese el
dueño, no sé, se había dedicado, antes que a la hostelería, a viajar en una “montesa” tratando de vender
por los pueblos de la zona miel de la Alcarria, queso manchego y embutidos de sabe Dios
dónde. Todo ello lo portaba en unas grandes alforjas laterales de su moto y aún
le sobraba sitio. Eran tiempos en los que el ruidoso Mercado, hoy desaparecido,
tenía vida propia como no he conocido en otros lugares de España: en sus
alrededores aparecía un aguador todas las mañanas que portaba una enorme cuba
sobre un carro, entre la bulla de los muchachos de la Academia Izquierdo,
el “Hispano-Suiza” del frutero Rausell, el
sonido de las campanadas del Viejo Ayuntamiento y ese fantasma que siempre se
me antojaba que fuese a salir de un momento a otro por la embocadura de la
calle de Gotor al estilo que acontece en las procesiones zamoranas, donde
siempre asoma Barandales. Sé que echar de menos el pasado es un torpe recurso
de defensa. En “Pingo’s Market” todo se habrá improvisado, supongo, como en una
mudanza repentina en la que se olvidan cosas que no aparecen nunca más y de las
que nos damos cuenta de su ausencia cuando ya estamos haciendo la mudanza para
otro traslado en ese carrusel de la melancolía. Uf, qué calor…
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