En su artículo de ayer en ABC,
“Memoria maltratada”, José Utrera Molina
contaba a los lectores que la Ley
de la Memoria Histórica
debería ser derogada de inmediato: “Mientras esa ley tan injusta como
innecesaria siga en vigor, los españoles están condenados a ver, una y otra
vez, la cara de un bando y la del otro cuando todo tendría que ser ya tumba,
recuerdo de grandezas y olvido de miserias”. El que fuera ministro de la Vivienda con Carrero
Blanco en sustitución de Vicente Mortes Alfonso (1973-74) y ministro secretario
general del Movimiento en el primer gobierno Arias tras Torcuato Fernández
Miranda (1974-75), también pretende que se repongan las estatuas ecuestres de
Franco allá donde fueron quitadas. Hay antecedentes. Ya en otra “Tercera”
anterior y en el mismo diario (3.2.10) escribía: “Creo que hubiese incurrido en
una incuestionable cobardía si hubiese permanecido en silencio ante la última
consecuencia de la mal llamada Memoria Histórica, que ha tenido su concreción
en el injusto derribo de la estatua dedicada al teniente general Millán Astray.
Arrancar una página de la historia de España que contiene y refiere el heroísmo
sin límite de un soldado español, echar abajo un símbolo de una categoría
histórica indudable que representa el más formidable sentido del valor, la más
alta prueba de gallardía, el más sublime heroísmo, la más completa y fecunda
abnegación, me parece no un error ni siquiera un disparate inconfesable”. El
suegro de Alberto Ruiz-Gallardón, osó pedir por escrito al alcalde de Sevilla,
Alfredo Sánchez Monteseirín, que le entregara los azulejos de una calle a él
dedicada el día que se la quitaron, precisamente por aplicación de la Ley 52/2007 de 26 de Diciembre, y no hubo inconveniente alguno por parte
del alcalde socialista. Utrera, el nostálgico del franquismo por antonomasia,
dejó claro en Periodista Digital (5.6.08) que “Franco nunca fue un
totalitario, yo soy testigo”; y votó
“no” a la Reforma Política
como no podía ser de otra manera. A
Adolfo Suárez le señala como el “responsable” de que “alguien llamara a todas
las empresas donde yo ejercía de abogado y me dejaron en la calle”. (…) “Yo le
dije [a Franco] que con el Príncipe el Régimen se acababa y me lo negó. No
equivocarme me llenó de amargura”, (hoy, 11 de julio, “El Aguijón del
Guadalhorce”). José Utrera Molina tiene una faceta desconocida para muchos
ciudadanos. En “El Aguijón”, a la pregunta del periodista “¿Se atreve con la
poesía…?” responde tener “un libro de sonetos titulado ‘Me imagino que el mar
no habrá cambiado’. Los que piensen, con razón, que no valen gran cosa, han de
saber que recibieron un elogio del Nobel Camilo José Cela”. Pues nada, me
alegra conocer esa faceta artística. Lo Cortés no quita lo Atahualpa, personaje
con el que, por cierto, los españoles se portaron muy mal. Ofreció, a cambio de
su liberación, llenar dos habitaciones de plata y una de oro que los españoles
aceptaron y enviaron hacia Cajamarca (no confundir con Caja Madrid). Pero los
españoles no cumplieron su parte de promesa y lo sentenciaron a muerte por
idolatría, fratricidio, poligamia, incesto y ocultación de tesoro. Eso sí, le
ofrecieron ser bautizado y las opciones de ser ahorcado o quemado vivo.
Finalmente optó por ser cristianado como Francisco y se decidió por la horca. Pizarro,
entonces, y Utrera Molina, ahora, son dos personajes dignos de estudio en las
Universidades. Se lo propongo a Wert, considerando, como se le atribuye a Jaime
Balmes, que las cosas bellas son perecederas y los bellos tiempos son efímeros.
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