Comenta hoy Antonio Burgos en ABC
que “hay dos oficios tradicionales que han desaparecido y que, de volver a
imponerse, acabarían con mucho paro: maleteros y betuneros. En España se tiene
por infamante llevarle la maleta a alguien o lustrarle los zapatos. En Nueva
York, no”. No cabe duda que el invento de las maletas con ruedas acabó con el
antiguo oficio de “mozo del exterior”, o sea, el maletero de toda la vida, y
que ya no se estilan los limpiabotas salvo en determinadas cafeterías del
centro de las ciudades. Hoy todo el mundo carga con sus equipajes y se limpia
los zapatos con ese betún líquido que
sale de una esponjilla redonda. Es como la fregona del calcero, que le das una
pasada, esperas a que se seque y ya se ha obrado el milagro. Ahora solo falta
que alguien, aprovechando eso del I+D+i, invente una máquina capaz de planchar
camisas y pantalones y que, ya de paso, nos haga la cama. Dicen que está en
estudio, pero la puesta en marcha del soñado proyecto ya se está alargando más
de lo deseable; y, tal y como sucede con la declaración de la renta, siempre lo
terminamos pagando los mismos, es decir, los que estamos de “Rodríguez” o
vivimos más solos que el dinosaurio Anacleto. Ahora ha aparecido en Zaragoza un
limbiabotas que se ha instalado en el Coso, junto a la entrada del FNAC. Todos
los días monta su “trono” y espera con paciencia la llegada del cliente. Está
buscando un patrocinador que pague la publicidad en los laterales del
majestuoso butacón. El betunero chileno Gabriel Eduardo Toro es soldador en paro y cuenta que aprendió a
limpiar zapatos por internet. Ya lleva invertidos unos 1.000 euros en el
negocio, es decir, en el sillón y en permisos municipales. Sólo tiene un
competidor, Ángel Luis Pastor, que antes lustraba zapatos en El Tubo y ahora lo hace en la cafetería San
Siro, en la plaza de Joaquín Costa. Pero es un poco más carero que Gabriel, que
cobra sus servicios a 3’50 euros mientras que Ángel Luis limpia a 4 euros.
También le echa menos horas, de 7
a 14, mientras que Gabriel lleva jornada partida, o sea,
de 9 a 13
y de 15 a
20’30. Ambos se declaran autodidactas, lo que les añade mérito. Bueno, Gabriel
aprendió el oficio de limpia por internet, lo que le da un cierto caché a la
hora de manejar el cepillo, el betún y ese
trapo que con el frote en el cuero embetunado termina sonando como un
violín.
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