Cualquier
garito de hospicianos al que algunos osados pretenden considerar como bar han
descubierto, como quien inventó la pólvora, que pueden dar de comer en una mesa
de plástico sin un mínimo trozo de papel debajo del plato y sin disponer de
categoría de restaurantes. En cualquiera de sus mesas te puedes sentar al filo
del mediodía y no pasan cinco minutos sin que aparezca un camarero vestido con
camisa negra –nunca he entendido la razón por la que de un tiempo a esta parte
todos los camareros van vestidos de pantalón y camisa negra- para indicarte que
esas mesas están reservadas para las comidas, como viene a suceder en casi
todos los chiringuitos playeros horteras. Y encima de levantarte de la mesa se
permiten el tuteo como si te conocieran de toda la vida. ¿Las comidas? Qué
comidas. Pues bien, resulta que a todos los bares, por modestos que éstos sean,
les ha dado por servir huevos rotos y solomillo de ibérico con pimientos del
piquillo. Yo siempre tuve devoción por los pimientos del piquillo, hasta el día
que descubrí que las latas que habitualmente compraba en la tienda de
ultramarinos más próxima a mi domicilio procedían del Perú aunque estaban
enlatadas en Peralta, Falces, Cintruénigo, Villafranca, Tudela, etcétera, localidades todas ellas de Navarra. Algo
parecido sucedía con los espárragos. El día que hice tal descubrimiento dejé de
consumir esos pimientos procedentes del otro lado del Charco y los espárragos
que se expendían bajo una contundente marca relacionada con las gónadas
masculinas por una simple cuestión de dignidad. Pues bien, algo parecido sucede
ahora con esos solomillos de ibérico, esas variedades de cerdo que se dividen
en negras y coloradas que ocupan
determinadas dehesas de encinas, alcornocales, castaños y algarrobos del
suroeste peninsular y Salamanca; y en el Algarbe y el Alentejo, en Portugal. El
cerdo ibérico se caracteriza por su capa
coloreada, hocico alargado, orejas en visera y sus altas extremidades, que le
posibilitan el pastoreo y lo cualifican como un excelente andarín. ¿Cómo sé yo
que lo que degusto –me refiero también a los embutidos- procede de cerdo
ibérico? Y ayer tuve otra sorpresa. Para
cocinar utilizo vinos blancos de pasto envasados en “tetra pak”, o como diablos
se llamen. Pero ayer descubrí que el “Don Simón”, de Bodegas García Carrión,
procedía de Chile, pese a los excedentes de vinos de baja calidad, esos vinos
de mesa infames que yo defino como vinos“químicamente puros”, que existen en
España y que hasta se tiran por la cabeza los gañanes en las fiestas de los
pueblos. ¿Esta es la “marca España”? Para llorar.
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