Ahora resulta que un peatón ha
sido atropellado en el barrio zaragozano de Miralbueno y éste, el peatón, ha
dado positivo en la prueba de etilometría. Yo ignoraba que los peatones
tuviésemos que permanecer sobrios cuando caminamos por las aceras de Zaragoza.
Porque puede ocurrir, como en este caso, que al conductor, en este caso a la
conductora de 46 años, de iniciales A.I.G.G., le dé cero en alcoholemia y al
peatón, de la misma edad y con iniciales J.M.GG, le imputen un accidente por
haberse tomado una copita de anís. Esto es el mundo al revés. Ya sabe, si
quiere salir de casa para dar una vuelta a la manzana, comprar el pan y
adquirir la prensa ni se le ocurra pasar antes por el bar de siempre y cargar pilas
para hace frente al día. A los bares se puede ir, sí, pero más tarde hay que
ponerse en contacto con la familia para que vengan a buscarte y te
conduzcan a casa bien sujeto por las
axilas como si te hubiese dado un vahído por una subida de tensión. De no ser
así, te expones a que aparezcan los guardias, saquen de un maletín el etilómetro, te hagan soplar y, en caso de
dar positivo, te metan una multa de padre y muy señor mío.
--Oiga, agente, si sólo han sido
una copitas de anís.
--Suficiente. Así no se puede
pisar la calle. ¿No sabe usted el riesgo que corre?
Y a los pocos días de haber
soplado, primero en el bar y después en el etilómetro, te llega una carta al
buzón con membrete del Excmo. Ayuntamiento. Hay que pagar la multa, no queda
otra. Y con las mismas, sales a la calle sin ningún dolor de corazón ni
propósito de enmienda dispuesto a entrar en Casa Bayo mientras tarareas en voz
baja eso de José Manuel Soto: “Mira cómo ando mujer por tu querer, / borracho y
apasionado no mas por tu amor, / mira cómo ando mi bien, / muy dado a la
borrachera y a la perdición”. Y ya dentro del bar, después de haber saludado a
los amigos de barra, solicitas de Silvia, la dulce camarera ecuatoriana de ojos
de azabache y manos de marfil, una copita de anis Las Cadenas, de finísimo
paladar, te pones el mundo por montera y confías en que a la salida no te esté
esperando la pareja de guardias municipales con la libreta y la máquina de
soplar. Un test de alcoholemia efectuado al peatón al filo del vermú es algo
absolutamente serio, ¡qué digo!, casi como un golpe de ataúd en tierra.
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