En España, desde que gobierna el
Partido Popular, todos son recortes para los ciudadanos. Se recortaron salarios
y pensiones y ahora se pretenden recortar las libertades de expresión y de manifestación. La nueva Ley
de Seguridad Ciudadana, que el Ministerio del Interior elevará al Consejo de
Ministros, me recuerda mucho al oscuro periodo de la Dictadura de Primo de
Rivera, que allanó el camino hacia la Segunda República.
La historia siempre se repite. Las “revoluciones hechas desde arriba” sin
contar con la ciudadanía sólo pueden conducir a situaciones no deseables. ¿Acaso
Fernández Díaz no ha leído nada sobre Antonio Maura? Porque una “revolución
hecha desde arriba”, como pretendió Maura, condujo a la Semana Trágica de Barcelona en
1909. Pero Antonio Maura, todo sea dicho, poco antes de aquel 13 de septiembre
de 1923 desaconsejó a Alfonso XIII el establecimiento de cualquier régimen
autoritario. El rey no le hizo ni caso y así le fue en 1931. A mi entender, a España no se la puede “poner en orden”
mediante una pretendida Ley de Seguridad Ciudadana que no tiene como fin amparar a los
ciudadanos sino evitar que se produzcan escraches a cargos públicos para sortearles
la vergüenza que tales actos les producen, si es que la tienen. La Ley de Seguridad Ciudadana
será una farsa si lo que trata de evitar es que se escalen edificios públicos o
iglesias, porque si el escalador se cae al suelo y se hace puré no hay ley
humana que se anteponga a la Ley
de la Gravedad. Si
la Ley de
Seguridad Ciudadana trata de evitar, como parece, ofensas a las comunidades
autónomas, entidades locales y otras instituciones ya vamos mal. ¿Qué otras
instituciones? Si las Autonomías derrochan el dinero público en actividades
millonarias extravagantes que no benefician en nada a los ciudadanos (y por
asociación de ideas estoy pensando en la Comunidad Valenciana),
se puede protestar y, también, llamar chorizos a sus responsables. Y si llamar
chorizos a unos impresentables es una ofensa, que venga Dios y lo vea. Si los
sindicatos (y estoy pensando en UGT), se gastan el dinero de los ERE en
mariscadas mientras los responsables de la Junta de Andalucía se pone de perfil, los
ciudadanos andaluces tienen todo el derecho del mundo a llamarles
sinvergüenzas, etc. Una cosa es gobernar y otra muy distinta llegar a presidir el
Gobierno de España, como hace Rajoy,
incumpliendo todas las promesas electorales. Una cosa es, también,
mantener el orden público y otra muy distinta recortar la libertad de expresión
y de manifestación de los españoles. Ni somos ovejas ni necesitamos perro
pastor en el rebaño. Porque se empieza haciendo un baremo de faltas leves,
graves y muy graves al subjetivo
criterio del ministro del Interior de turno, en este caso de Fernández Díaz, y
se termina proponiendo la patada en la puerta, como pretendió el ministro
socialista Corcuera. Procurar, como pretende Fernández Díaz, que los ciudadanos
seamos sumisos a los dislates de este Gobierno; y que, ante algunas injusticias
frías y calculadas que se proyectan en el BOE, nos quedemos en casa mirando por
la ventana, es síntoma claro de pecar de ignorancia. La paciencia tiene un
límite. Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado tienen el deber de
proteger a los ciudadanos. No están para trasladar “papelitos” con los DNI de
los ciudadanos “traviesos” a las Delegaciones del Gobierno, para que los
responsables de esas Delegaciones impongan severas multas, como hacían los
“lameculos” en los colegios de frailes. La seguridad de un país debe comenzar
porque el Estado asegure el bienestar de los ciudadanos, cosa que aquí no acontece.
Seis millones de desempleados y casi tres millones de pobres de solemnidad son
datos que el ministro del Interior, en rigor, no me puede cuestionar. Recordando
a Francisco de Quevedo, desde aquí le apunto al ministro Jorge Fernández Díaz: “No he de callar por
mas que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o
amenaces miedo”.
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