Hay que tener cuidado con las
“levantás”, o sea, cuando los cofrades intentan bailar una peana con el santo
encima. Lo sucedido ayer en San Vicente de Raspeig, provincia de Alicante, da
idea de lo que puede suceder si los cofrades no desfilan procesionalmente con
el correspondiente casco protector sobre la cabeza. En el encuentro con su
Hijo, Jesús Nazareno, la talla de la
Virgen de los Dolores se cayó de la peana mientras cumplía
con las tradicionales reverencias ante su Hijo. Debido a “un fallo estructural en la base de la
imagen” -al menos eso dicen los miembros de la cofradía- la imagen se venció y
antes de caer al suelo le dio en la cabeza a un señor calvo, además de
penitente, que estaba debajo, en uno de los laterales. Ese hermano, cuyo nombre
desconozco, es conocedor desde ayer,
Jueves Santo, de cómo las gasta una pesada talla cuando no está anclada
debidamente, más aún si es conocida como de los dolores. Cosa distinta hubiese
sido, por poner un ejemplo exento de menosprecio, que en un desfile de moros y
cristianos se desplomase de su pedestal la estatua ecuestre del moro Tarik mientras el gentío bailara a los acordes de Juanito el chocolatero, entre tracas de pedorretas ensordecedoras que evocasen
la batalla de Guadalete, donde Rodrigo perdió la vida. Las “levantás”
protocolarias tienen su intríngulis. Sólo hay que ver la televisión y esas
escenas en el Palacio Real donde las consortes de los ministros y resto de
damas invitadas al acto saludan protocolariamente a la Familia Real. El televidente
puede observar genuflexiones de lo más pintorescas, rayanas en las más
vergonzosa plebeyez. O la “levantá” de copa de Casillas en el campo de Mestalla
el pasado miércoles tras su triunfo contra el Barcelona. Allí estaba el portero
del Madrid haciendo equilibrios y aspavientos encaramado en una barandilla
insegura mientras el Rey, sentado detrás, le sujetaba por una pierna. Por eso
digo que las “levantás” son peligrosas.
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