Desean ahora cambiarle el nombre
a un pueblo de Burgos por el hecho de llamarse Castrillo-Matajudíos. Cuenta
Lorenzo Rodríguez Pérez, el alcalde, que tuvo la culpa un escribano cuando
confundió Motajudíos con Matajudíos. Y poniendo en marcha el ventilador,
asegura que los asesinos, de haberlos, fueron los del pueblo de al lado, los de
Castrojeriz, “que en 1035 –según cuenta el alcalde- destruyeron la judería,
mataron a unos 60 judíos y desterraron a los demás a un montículo próximo a
Castrillo. Poco después el pueblo empezó a llamarse Castrillo-Mota de Judíos
porque los hebreos vivían en esa cercana colina”. Sea como fuere, parece ser
que habrá una consulta popular, coincidiendo con las votaciones al Parlamento
Europeo, para que los 56 adultos censados decidan qué nombre debe adoptar el
pueblo. Algo parecido sucede con el apellido Matamoros, derivado del apodo del
apóstol Santiago. En España existen alrededor de 3.700 ciudadanos con ese
primer apellido, otro tanto como segundo y sobre 40 en ambos apellidos. La
mayoría de ellos (750) proceden de Badajoz. Nadie reniega de él. Pero existe un topónimo mucho más
vergonzoso y cercano en el tiempo. Me refiero a un pueblo de Toledo que desde
el 19 de octubre de 1936 se llama Numancia de la Sagra. Curiosamente,
ni con la Ley de
Memoria Histórica se ha podido conseguir que volviese a llamarse Azaña. Parece
que existiese una cierta pereza a la hora de llevar a cabo los trámites
necesarios para ese cambio. No lo entiendo. Lo cierto es que un día antes, en
su avance hacia Madrid, el comandante Jesús Velasco convocó a ocho vecinos de
Azaña para constituir una junta gestora de ese municipio tomado por las tropas
rebeldes. Una vez constituida la junta, Velasco solicitó del general Franco
permiso para cambiar de nombre al pueblo por el de Numancia de la Sagra, al haber sido tomado
por los Escuadrones del Regimiento Numancia y encontrarse en la comarca de La Sagra, espacio comprendido
entre los ríos Guadarrama y Tajo. De hecho, La Sagra procede del árabe “al-Sagra”, que significa
campo cultivado. Pues bien, de alguna manera de había dado el paso para “borrar
del mapa” el primer apellido del hombre
que desde el 11 de mayo de aquel año era Jefe del Estado. Jesús Velasco había
demostrado con aquel histriónico “ramalazo patriotero” ser un auténtico majadero, puesto que Azaña,
que procede del árabe al-sāniya y significa “ la noria”, ya
aparecía en un documento de Sancho III, en 1158, donde cedía cinco yugadas de
heredad en Azaña a cambio de la mitad de Ciruelos: “... do in illa aldeia de Azania...”, según consta en un
documento custodiado en Archivo Histórico Nacional.
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