No tengo nada contra los bares de
los chinos, que en Zaragoza abundan como el mal querer. Bar que desaparece por
jubilación de su dueño, bar que a la semana vuelve a abrir su puerta regentado
por unos chinos; bar que no visitabas
desde hacía algún tiempo por estar en otro sector y donde el dueño era
conocido, cuando un día vuelves por aquel barrio para hacer unos mandados y
deseas aprovechar para saludarle, resulta que ya no está ese viejo conocido
sino unos orientales sonrientes que más parecen extras de 55 días en Pekín que hosteleros, y notas
una sensación rara, como si en cualquier momento pudiesen aparecer por la
puerta Charlton Heston, Ava Gardner
y David Niven a tomarse unos tragos de Jack Daniel’s. España es un importante
país turístico y los servicios de
hostelería contribuyen de manera importante a crear esa riqueza que tanto
necesitamos. Pero la imagen de nuestras ciudades es lo que queda en la retina
de los turistas que nos visitan, aunque sea de paso. Zaragoza, que es ciudad de
paso, ha llenado sus aceras y calles peatonales de terrazas hasta límites
inconcebibles. Al Ayuntamiento, principal beneficiario de esa ocupación
desmesurada de espacios públicos, le corresponde de igual modo señalar el
número de mesas y sillas permitidas por establecimiento y el control de
horarios de apertura y cierre. Sin embargo, hay dos cosas que, a mi entender, los responsables municipales no controlan
debidamente. Una de ellas es la conciliación entre clientes de veladores y
vecinos de los inmuebles anejos, obligados a tener que soportar todo tipo de
risotadas, charlas en un tono
excesivamente alto, niños jugando a la pelota cuando deberían estar en la cama,
etc.; y otra, el estado lamentable en el
que dejan el “territorio” finalmente abandonado por tales desaprensivos
ciudadanos, con un cerco de cáscaras de pipas o de cacahuetes, sevilletas de
papel usadas, líquidos desparramados y colillas. Belloch, responsable del
Ayuntamiento, debería ponerse las pilas y pensar que el ciudadano tiene derecho
al descanso nocturno y que tal derecho está por encima de su afán recaudatorio.
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