Jesús Cacho, en Vozpópuli, al
hacer referencia a los más de 10.000 aforados existentes en España (“una más de
las cosas que chirrían en esta democracia de baja calidad”), comenta la
proposición de aforamiento que hace el Gobierno para la Reina y los Príncipes de
Asturias. Y por aquello de ir por atún y ver al duque, Cacho entiende que el aforamiento a la Reina será por “pura
cortesía” y que “el aforamiento de los Príncipes es apenas un entremés sin
mayor importancia comparado con la operación que tras las bambalinas se está
pergeñando en torno a la figura del Rey Juan Carlos I”. (…) “Esta
inviolabilidad –dice Cacho- ha sido argumentada como el más serio obstáculo, y
no precisamente baladí, que se yergue frente a una eventual abdicación del rey
en la persona de su hijo”. (…) “¿Cómo evitar que, en caso de abdicación,
cualquier ciudadano acuda un día al juzgado de guardia para interponer denuncia
contra el ahora Rey por el cobro de tal o cual comisión en tal o cual país u
operación?”. La solución parece estar en una Ley de Abdicación que todavía no
existe y que blindaría de por vida los actos del Rey cuando dejase de ser Jefe
del Estado, de acuerdo con el Título II, Artículo 56, punto 3 de la Constitución. Pero
ahora, cuando la salud del monarca parece que está estabilizada a excepción de
su problema de cojera, aparece el libro de Pilar Urbano (“esta especie de nueva
monja de las llagas laica”, como la define Cacho) señalando entre otras cosas
que “para Suárez está clarísimo ya en ese momento que la Operación Armada
nace en Zarzuela y que el alma es el Rey: que don Juan Carlos es el muñidor
para que Armada sea el presidente de un gobierno de concentración. Incluso que
el mismo Rey conocía el Gobierno que el golpista tenía preparado. La Operación Armada
nació en La Zarzuela
y que el Elefante Blanco era el Rey”. Pero, claro, Suárez ya no puede afirmar
lo que cuenta Urbano ni decir lo contrario. Andrés Casinello debería explicar
lo que sabe, que algo sabrá, si consideramos que era por aquellos días
responsable del CESID, de la misma manera que algo debía saber por aquellos
días la Embajada
de los Estados Unidos en España, desde el momento que los hijos de los
militares americanos residentes en Torrejón de Ardoz recibieron instrucciones
para que no acudiesen aquella jornada al colegio.
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