
martes, 27 de febrero de 2018
Un cielo gris

lunes, 26 de febrero de 2018
Gajes del oficio
Ayer me equivoqué. Señalaba que Ada Colau y Roger Torrent no iban a asistir a la cena del MWC con el rey en el Palau de la Música de Barcelona. Sí lo hicieron. No iban a acudir al
besamanos. Perdonen el lapsus. “Yo estoy para defender la Constitución y el Estatut”, le dijo Felipe VI a Colau. Esa es una frase retórica, pura tautología, que
sirve para un roto y para un descosido. Pues claro que el rey está para
defender la Constitución, por la cuenta que le trae. No se espera que diga otra cosa. Isabel San Sebastián, en el diario ABC, denomina a Ada Colau como “lideresa antidesahucios devenida en alcaldesa”; a Torrent le conoce como “presidente de una Cámara en la
que todos cobran por no hacer nada”; a Puigdemont,
“el cobarde huido de la justicia”, etcétera. Ignacio Camacho, mucho más correcto que su inconsecuente compañera
de columna, al referirse a los desprecios, entiende que “el Rey ya está acostumbrado. Entre los pitos de la Copa, los
desaires en Gerona y la manifestación de agosto, sabe desde hace tiempo que en
Cataluña siempre le espera un mal rato”. (…) “Pero de cara al exterior ha
aprendido a poner cara de palo, incluso a sonreír para que los del MWC no
sientan la tentación –o se la aguanten, porque sentirla la sienten– de
empaquetar sus bártulos”. Supongo que a Camacho, por asociación de ideas, le
vino a la memoria lo ocurrido con la Agencia
Europea del Medicamento. Sonreír o
poner cara de palo son gajes del oficio. Para todo se necesitan tablas.
domingo, 25 de febrero de 2018
Desplante institucional

sábado, 24 de febrero de 2018
Bohórquez siempre me sorprende
Manuel
Bohórquez
me sorprende hoy con su artículo “Un
bautizo de gitanos” en El Correo de
Andalucía. Yo no sé de dónde saca su sabiduría. En su artículo de hoy,
digo, hace referencia a una creencia extendida: los gitanos de la Cava de Triana no dejaban entrar a los
gachés (payos) en sus fiestas porque
eran muy celosos de su intimidad y de sus costumbres. Pero hubo una excepción,
la de Juan Rodríguez, alias El
Gallego, compadre de Antonio
Ortega Heredia, alias El Fillo, tuerto y azabachado. Según Bohórquez,
Juan Rodríguez era generoso y hospitalario. “Si sería así, -mantiene
Bohórquez- que un día invitó al célebre periodista Modesto Lafuente Zammalloa, que estaba por Sevilla en abril de
1841, para que asistiera al bautizo de uno de los miembros de su numerosa
prole. Y Modesto y su lugarteniente Tirabeque atravesaron el puente de
barcas (entonces no existía el Puente de Isabel II) y se plantaron Triana,
donde vivía Antonio Ortega. Ocho años atrás había muerto Pedro Lacambra, el
famoso contrabandista que tuvo su mesón y fonda en la calle Santo Domingo, hoy
San Jacinto, que organizaba fiestas flamencas casi todas las semanas para
vender carne y marisco. Modesto Lafuente no solo aceptó la invitación de
El Gallego, sino que publicó un espléndido reportaje el 21 de abril de 1841 en El Constitucional, con el epígrafe “Un bautizo de gitanos”. (…) Según
Bohórquez, gracias a ese reportaje, Serafín Estébanez Calderón publicó meses
más tarde su “Baile en Triana”,
también en prensa, por rivalizar con Lafuente. Todo ello me ha dado pie para
que recuerde la figura de Serafín Estébanez Calderón, nacido en Málaga en 1799
y que se dedicó, entre otras muchas cosas, a practicar la escritura de estilo
costumbrista al modo que lo hiciesen Larra
y Mesonero Romanos. Sus “Escenas andaluzas” (1847) dejan
boquiabierto al más pintado. En uno de sus episodios, “Asamblea general” narra una juerga flamenca en Triana donde no
podía faltar la gastronomía:
“A este costado se levantaba, como el balerío de las baterías de Matagorda, la pirámide de melones de Copero y sandías de Quijano; estas derramando púrpura, y almíbar destilando aquellos. Al otro, resplandecían en anchas canastas de caña y sauce altos montes de naranjas de los Remedios y Ranillas, o perfumaban el aire las limas acimbogas, cidras y limones, mientras que en azafates de juncos, diestramente pintados y aunados los colores, se dejaban ver la guinda y garrafales de la Serranía, los damascos y albarillos de Aracena, las cermeñas y perillas de olor y la damascena, la claudia, la zaragozí, la imperial y los cascabelillos de los jardines y vergeles del paraíso de Andalucía. Los confites, alegrías, roscos y polvorones de Morón se mostraban en un casillero muy pintado y adornado con papel de colores, brindando con cien géneros de frutas bañadas y garapiñadas, formando pareja con mucha especie de turrón de diversas castas y traza distinta, y con malcocha, mostachón, almendrados, melindres y merengues. La alcorza, el alajú y alfajor, entre pañizuelos blancos y en canastillos muy lindos, provocaban mucho el gusto por su golosa apariencia…”. (…) “En este género era de contemplar también y muy de ver, grueso pertrecho de azúcar rosada que se ofrecía por todas partes bajo la varia forma y nomenclatura de hielos, panales, bolados y azucarillos, que hacían mejor todavía y recomendaban más el agua cristalina pura y delgadísima de Tomares que se refrescaba al oreo del aire en los búcaros y alcarrazas, o que se ofrecía en el lujoso aparato de dos o tres aguaduchos que, ya iluminados y resplandecientes…”.
El azúcar es nombre común de género masculino. Nunca entendí la razón por la que se le adjetivaba en femenino. Un ejemplo, aquel "azúcar blanquilla", como inexplicablemente comercializaban las azucareras españolas su producto terminado. El azúcar rosada, o azúcar rosado, según acepción del Diccionario de la RAE, edición de 1822, “es la que cocida hasta el punto de caramelo se la añade un poco de zumo de limón y queda esponjada a manera de panal, y sirve para refrescar con agua”. En realidad no es “punto de caramelo” sino que se emplea “punto de pluma o gran pluma” (uno de los estados del azúcar fundido) y debe su nombre al empleo de agua de rosas como aromatizante y no al color, que suele ser blanco o muy ligeramente tostado. Añadiendo colorante negro de humo se obtiene el “carbón dulce” típico de la víspera de la Epifanía. En forma de bastoncillo y bajo el nombre de “azucarillo” se tomaba en Madrid con agua y aguardiente de anís, como en la zarzuela en un acto “Agua, azucarillos y aguardiente”, con libreto de Miguel Ramos Carrión y música de Federico Chueca, estrenada en 1897. La acción se desarrolla en Madrid en pleno verano en un aguaducho, que era como se denominaba entonces al puesto callejero en el que se servía agua y bebidas refrescantes.
Los inventos de Gregorio Serrano
Yo no sé todavía si los nuevos
dispositivos disuasorios que se van a instalar en los “quitamiedos” de las
carreteras tiene afán recaudatorio o se colocarán para que los conductores se
apeen de los coches y se hagan un selfie.
¿Ustedes los han visto en las fotos de prensa? Son como aquellos sacapuntas de
manivela que estaban en una esquina de las mesas de los despachos. Metías el
lapicero por una abertura (con perdón), le dabas vueltas al manubrio y listo.
Lo cierto es que, por desgracia, han aumentado considerablemente los accidentes
de carretera en los últimos años. Los datos oficiales señalan que durante 2017
perdieron la vida en vías interurbanas 1.200 ciudadanos, lo que equivale a 39
más que en el año anterior. La información fue facilitada por el director
general de Tráfico, Gregorio Serrano,
que aclara que en ese cómputo global se incluye a los fallecidos en las
primeras 24 horas tras el accidente. ¿Y qué pasa con los que mueren una semana
más tarde, o un mes? ¿Esos de qué mueren, de sarampión? ¿Y los que quedan en
una silla de ruedas para siempre? Buena
parte de la culpa de esos accidentes, no lo niego, se deben a imprudencias en
la conducción, al consumo de drogas y alcohol. Pero también es cierto que las
carreteras españolas no han mejorado como sería deseable sus firmes ni los
puntos negros existentes en muchos tramos. Y esa labor, que yo sepa, le
corresponde al Estado. Colocar radares diminutos y ocultos para disuadir los
excesos de velocidad, o quitar puntos en el permiso de conducción son medidas
complementarias, aunque no suficientes. Otro factor importante, sin duda, es la
antigüedad del parque móvil consecuente de la crisis económica. Como bien decía
Silvia Montaño en un comentario de
prensa (El País (03/01/18) “las cosas empezarán a cambiar cuando empecemos
a entender lo peligroso que es poner a 150 km/h tonelada y media de chatarra,
con nuestro cuerpo dentro”. Ha quedado
demostrado que encomendarse a san
Cristóbal, o escuchar a Perlita de
Huelva cantando aquello de “Acuérdate
de los niños/ que te dicen con cariño: / ¡No corras mucho papá!” no ayuda
mucho. Es como aplicar el remedio de una lavativa para corregir el extrabismo.
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