martes, 13 de febrero de 2018

Martes de Carnaval





José Luis Trasobares, en El Periódico de Aragón,  señala que “siempre se ha dicho que el derecho al libre pensamiento y a la libre expresión incluye el derecho a ofender”.  En Carnaval se permite casi todo, incluso disfrazarse de obispo,  con ese “disfraz del disfraz”, para aparecer en una chirigota callejera. No sé, si miramos a las estrellas puede que nada tenga un límite. Yo no sé si la blasfemia todavía constituye hoy delito tipificado en el Código Penal. Se lo preguntaría a un letrado amigo si no fuese porque me da pereza. Todavía recuerdo cuando en la tasca de un pueblo cercano a Calatayud,  mediados los años 60, había un cartel expuesto en la pared donde ponía: “Prohibido cantar, blasfemar, escupir en el suelo y hablar de política”, muy cerca de una cartulina con el eslogan  “Veinticinco años de paz”, con la imagen sonriente del Caudillo.  Pero un forúnculo le había salido a Franco en el culo meses antes de aquel eslogan patriotero de 1964.  El 14 de noviembre de 1963, el benedictino Aurelio M. Escarré, abad de Montserrat, lanzaba unas declaraciones en Le Monde que hicieron dar un brinco en el asiento a Fraga Iribarne, entonces ministro de Información y Turismo: “No tenemos tras de nosotros 25 años de paz sino 25 años de victoria”. Cierto, quedaban todavía muchos presos políticos en las cárceles para purgar condena por el “delito” de haber luchado a favor de la libertad, o por no haber sido “afectos” al Régimen.  En unas declaraciones de José Antonio Martín Pallín  en 2012, a propósito de los dibujos de Rushdie contra Mahoma y de que la asociación católica Tomás Moro llevase a los tribunales a Javier Krahe y a la directora de Canal +, Montserrat Fernández, por escenificar una receta en la que se enseñaba a cocinar un cristo, señaló con respecto a la tipificación de la blasfemia en el Código Penal que entendía que debería ser erradicada. Le parecía una enorme arrogancia que un ser humano creyese que debía proteger a Dios omnipotente y que el Derecho Penal estaba para proteger objetos tangibles. En ese sentido,  existe una curiosa anécdota de Ricardo Gullón, licenciado en Derecho, escritor y crítico literario fallecido en 1991, que recordaba Luis García Montero  (El País (02/06/2012): “Alguien fue denunciando por mentarle la madre ‘al Gran Señor’. Creyeron los que denunciaban que se había referido, el detenido, al generalísimo Franco. Pero cuando se enteraron de que era Dios el blasfemado ya la justicia de entonces no le concedió más importancia. La blasfemia es el carnaval llevado al lenguaje. Se trata de invertir lo sagrado, como en los ritos medievales que convertían al demonio en el Señor o a los tontos en obispos. Por eso la blasfemia es propia de países de fondo religioso. El catolicismo español alimenta la blasfemia. Cuando desaparezcan los oídos puritanos, dejará de tener gracia ofender a la divinidad. Como me enseñó Carlos Barral en un poema memorable: Dios no entra en mis preocupaciones,  no lo asocio a mis preocupaciones. En público, sin embargo, de vez en cuando tengo ganas de blasfemar cuando leo o escucho las opiniones de algún obispo”.  Mañana es Miércoles de Ceniza, fecha cambiante en el calendario. Otro Miércoles de Ceniza, el 22 de febrero de 1939,  fallecía Antonio Machado en Colliure, con la tristeza del olmo viejo hendido por el rayo en una colina lamida por el Duero, y con unas hojillas verdes y finas como la hoja de culantrillo tímidamente brotando.

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